Hey.
Hoi.
Hai.
Hëh.
Holap.
Pues nada que el fic se cancela y tal y-
NOOOOOOOOOOOOOOOOOO.
NONONO.
No, no se cancela, nada se cancela, sigo vivo, milagrosamente sigo vivo, pese a que el universo parece empeñado en lo contrario, y mientras yo viva o no cambie de opinión, ESTE FIC SIGUE ADELANTE.
Sabéis, en plan, el meme ese de que cada vez que un auto de fanfic pasa un tiempo sin publicar y aparece de repente dice cosas como “Holi chiquis perdón que no he estado actualizando últimamente porque mi familia entera ha muerto en un accidente horrible y llevo tres semanas viviendo en la calle ????????”.
Pues jajan’t que no ha sido tanto meme. Desde la última actualización en enero:
-Se murió mi gato
-Entré en depresión (más que antes)
-Acabé hospitalizado
-He pasado meses aislado de la sociedad
-Adopté otro gato
-He vuelto a la sociedad tres (3) semanas
-La primera semana me la pasé con covid
-La segunda semana estuve de vacaciones
-La tercera semana se inundó mi casa
-He perdido mi casa
-Estoy otra vez aislado de la sociedad
Pero ya está, ya está, estoy aquí, estoy bien, estoy VIVO, yyyyyyy tengo un fic que actualizar y un Hiiro al que atormentar.
En fin. Que está siendo un mal año. Así que me lo he tomado con calmita y he querido tomarme todo el tiempo necesario. Eso han resultado ser como seis meses más de lo que esperaba, pero bueno.
Que estoy aquí. Me ha costado, pero he llegado. Hola.
Siento haberme retrasado un poco.
Vamos a ver esa actualización, que se ha hecho esperar. Pero antes de eso... Dos cosas. La primera:
Recordatorio - En anteriores capítulos de "¿Cada cuánto pasa el bus de las setas?"...
Tras la vuelta de su infructuosa visita a Elsur, la Guardia de Eel se reúne para decidir cuál es su siguiente paso en su lucha con El Titiritero. Jamón, que había permanecido en Elsur para estudiar la biblioteca de la Guardia, vuelve del desierto con dos malas noticias: Los aliados de El Titiritero (Marie Anne, Chloè la bruja y Niels el "amigo" de Gèrard) han volado la biblioteca por los aires y han matado a Ykhar.
Traa un emotivo funeral, Ezarel desvela que en realidad Ayleen sabe más de lo que dice sobre El Titiritero, pero antes de que ella pueda decir nada, la Titiripanda asalta Eel y se produce una pelea entre ambos bandos.
Por una vez no es Hiiro el que acaba en las últimas, sino que, tras la intervención de Andrée, es El Titiritero el que acaba indispuesto, porque se le va completamente la pinza y doscientos años de te trauma se le escapan ups.
Mientras el resto de la Titiripanda le saca del combate, Miiko decide intentar atrapar a Naytili con una granada de fuego blanco, pero al lanzarla, el fuego blanco afecta a Leiftan, desvelando su identidad como daemon. Tras una dramática discusión, Leiftan, Valkyon, Ezarel y Simonn desaparecen del mapa, yéndose al refugio secreto de Valkyon, donde Leift le cuenta toda su historia entre lágrimas.
En Eel, con la tensión por las nubes, Miiko cierra la ciudad y ordena un estado de emergencia, prohibiendo a la gente salir de sus casas. Reunida con Nevra, Erika y Alessa, decreta que Leiftan es una amenaza para Eldarya y debe ser condenado a muerte.
Es entonces cuando la Titiripanda (sin Titiritero, o sea que sólo la panda) vuelve a Eel para un segundo asalto. Mientras que Niels se encarga de distraer a todo el mundo (llorando patéticamente en brazos de Gèrard), Naytili se cuela en la Guardia, donde secuestra a Hiiro (con consentimiento) y a Eweleïn (sin consentimiento, lo cual está feo), llevándoseles a ambos a la casa de El Titiritero, dejando atrás a Niels teniendo un ataque de nervios.
Tiempo después de que esto ocurriera, Leiftan y compañía hacen su retorno triunfal en Eel... Salvo que son recibidos por una muy enfadada Miiko que exige la muerte de Leiftan y de todo el que se ponga de su lado. Tras oírla soltar barbaridades por la boca durante varios minutos, Simonn se da cuenta de que Miiko está siendo en realidad manipulada por Alessa, que tenía un trato con El Titiritero y cuya verdadera intención para venir a Eel era descubrir qué había sido de su padre ausente, Roy.
Con la sangre de dragón de Alessa desvelada, él y Leiftan se enzarzan en una batalla aérea que al final gana Ayleen mandando a Alessa a dormir. Miiko y Leiftan se abrazan y lloran y hacen las paces, todo el mundo le asegura a Leiftan que nadie le va a hacer daño y que le siguen queriendo y todo el mundo es feliz por un momento hasta que se acuerdan de que Ewe y Hiiro han sido secuestrados.
Por alguna razón a Ezarel le crece una neurona y decide que, visto lo visto y cómo está el panorama, es hora de declararle su amor a Erika (sí, sí, ella se quedó alucinando también).
En la otra punta de Eldarya, Eweleïn se despierta con Hiiro y Naytili conspirando juntos para que alguien cure a El Titiritero. Por alguna razón Hiiro parece empeñado en que alguien tiene que ayudarle, y al final Ewe acepta porque la alternativa es convertirse en comida para perro rabioso. El Titiritero está en semejante estado que le es imposible hacer nada por él, así que es hora del plan B: Hiiro.
Usando sus poderes de PROTAGONISTA ABSOLUTO y una cosa llamada “empatía” que en Eel a veces falta, Hiiro consigue hacer que El Titiritero vuelva a sus cabales, al menos lo suficiente como para dejar de gritar y volver a ser persona. Como agradecimiento por ello, y en pos de convertir a Hiiro a su causa contra la Guardia, El Titiritero decide que es hora de revelar su identidad: él es Victor Frankenstein.
Vale y ahora que ya nos hemos puesto al día (? No, aún no podemos proseguir. Nos falta la siguiente cosa.
Backstory - Lectura recomendada
Imagino que todo el mundo conoce la historia de Frankenstein, el moderno Prometeo, al menos por encima, y quizá alguien lo haya leído en algún momento.
La cosa es, que como es un clásico de la literatura, ha tenido tantas ediciones distintas que lo que una y otra persona pueda leer quizá se diferencia en matices, o quizá de forma muuuuy distinta. No sé quién editó en Wikipedia que Henry era el cónyuge de Victor, juro que eso no lo hice yo, pero esa versión de la historia desde luego yo no me la he leído.
Para hacer una historia hilada, con todo lo que yo necesito para mi Victor Frankenstein, he decidido versionar la historia para que coincida con el fic. Si alguien quiere leer la historia original por su cuenta, bien, la podéis encontrar en cualquier lugar. La edición que yo tengo, y en la que me he basado principalmente para mi versión, es la duodécima edición de Everyman’s Library, con ISBN 978-1-85715-062-9.
Pero ahora... Mi versión. No es que haga falta leérsela, porque básicamente es que Victor crea un bicho y el bicho mata a todos sus seres queridos y sanseacabó, el fic explicará todos los detalles importantes más allá de eso, pero para el que quiera leerse la historia completa...Frankenstein, el Moderno Prometeo
Nuestro Victor Frankenstein nació en Ginebra, Suiza, en 1771. Hijo de Alphonse Frankenstein y Caroline Beaufort y nacido en una familia de alta clase social y buen dinero, desde pequeño Victor siempre demostró una enorme curiosidad por su entorno y por el porqué de las cosas. Amante del exterior y la naturaleza, siempre adoró dar largos paseos por el campo y las montañas que rodeaban su residencia, amando la sensación del aire fresco de la montaña en sus pulmones, el sol cálido pero nunca agobiante del mediodía, el sonido del viento al pasar entre los picos y los valles. Su lugar favorito para pasar el tiempo siempre fue, sin embargo, el lago cercano a su casa en el que tantas horas pasó durante toda su vida, ya fuera remando entre sus aguas (Victor fue siempre aficionado al remo, la hípica y la esgrima como sus deportes de preferencia), captando la belleza de su paisaje con papel y carboncillo, dedicándose a la lectura con los pies a remojo, echándose largas y apacibles siestas en la orilla o, simplemente, jugando en sus cercanías con sus hermanos y amistades.
De los cuatro hijos de la familia Frankenstein, Victor era el mayor. Con dos de sus hermanos compartía sangre, el mediano Ernest y el pequeño William; mientras que su hermana Elizabeth Lavenza, la segunda mayor, fue adoptada por su madre al descubrir a la niña en la calle, malviviendo con una familia que no podía permitirse alimentar tantas bocas, y quedar cautivada por la inusual belleza de la muchacha incluso en situación de pobreza. Ojos azules, pelo de un rubio claro, piel pálida y mejillas rosadas, el físico de Elizabeth se diferenciaba enormemente del resto de su familia gitana, y más tarde en vida Victor trataría de discernir el porqué de esta peculiaridad genética, todas sus teorías siendo descartadas por Elizabeth con la idea de que “un ángel la pintó de blanco”.
Además de la compañía de sus hermanos, en su infancia Victor contó con la compañía y camaradería de Henry Clerval, hijo de padre militar y madre italiana con el que trabó amistad desde sus primeros años en la escuela. Donde Victor se mostraba fascinado por la fisiología humana, Henry se interesó más por la naturaleza del hombre, y siempre quiso nutrir la suya a través de las artes y las letras, para el mucho desagrado de su padre que fue incapaz de meterle en la cabeza la idea de servir a la milicia como había hecho él. Lo único que llegó a interesar a Henry al respecto fueron las historias que escuchó de soldados británicos amigos de su padre sobre la famosa joya de la corona del Imperio, aquella tierra tan lejana del este que era la India, y de aquí nació una pasión por el orientalismo que desarrolló a lo largo de toda su vida.
De pequeños, Elizabeth, Henry y Victor se mostraron como un trío inseparable, siendo Victor el nexo que unía las personalidades dispares de los otros dos, que se mezclaban tan bien como el agua y el aceite, y cuyas rencillas por la atención de Victor eran más que conocidas entre aquellos cercanos a los niños... Y el único ignorante a ello parecía ser el propio Victor, que simplemente era feliz con la compañía de ambos.
En su afán de curiosidad sobre cómo funcionaba el mundo, un joven, curioso y, según sus maestros, “excelsamente superdotado” Victor descubrió una pasión intensa por la alquimia en su incipiente pubertad, sintiendo una fascinación imparable e inmediata por los textos de figuras como la de Cornelio Agripa, y leyó y releyó todos los textos y documentos que pudo al respecto de estas técnicas alquímicas, esotéricas, casi místicas, de aquellos hombres que pretendían encontrar cosas tan imposibles como la eterna juventud o la inmortalidad.
”Si descubriera algo así”, se decía el joven Victor, ”lo usaría para salvar vidas. Nadie habría de morir por enfermedad, guerra, o hambre. Nadie se vería achacado por la vejez y sus dolencias. Las mujeres siempre permanecerían bellas, los hombres fuertes, los niños llenos de energía. Y yo podría pasar todo el tiempo que quisiera leyendo.”
Y aquello fue lo que prendió la mecha. Pero no fue, ni mucho menos, el detonante.
Dos eventos llevaron a Victor a condenarse a sí mismo a la tragedia. El primero de ellos, el más famoso, ocurrió durante una visita a la casa de campo de unos amigos de la familia. Victor se había mostrado deseoso de poder explorar los alrededores de aquel lugar, pero sus planes se vieron frustrados cuando, el día que le habían prometido poder salir a explorar (atentamente vigilado por Elizabeth para que no se despeñara accidentalmente si quedaba embobado por el paisaje), una furiosa tormenta veraniega decidió presentarse en la puerta. Irritado por perder la oportunidad de explorar y por cómo la humedad ambiente causaba que su pelo se rizase y encrespase (en aquel entonces, cuando en su inocencia puberta Victor creía que su pelo natural podía ser domesticado, ¡ah, necio era, necio te digo!), Victor pasó la tarde entera pegado a una ventana, observando el exterior, cada gota de la torrencial lluvia, con la esperanza de que el cielo se aclarase. Fue así cuando, mientras observaba el exterior, sus ojos se fijaron en un árbol seco, marchito, muerto, en la distancia.
Con una luz intensa seguida del retumbar del trueno, un rayo golpeó aquel árbol, prendiéndole fuego.
Todo el mundo en el interior de la casa se sobresaltó, el aún infante William se echó a llorar con el horrible sonido, los adultos se preocuparon de que el fuego pudiera expandirse, pero la lluvia lo apagó con rapidez y del incidente sólo quedaron los restos carbonizados del árbol.
“Yo no me asusté”, comentó Elizabeth, cuando más tarde Victor le preguntó por el suceso. ”¿Lo hiciste tú? Estabas mirando por la ventana, pero apenas te sobresaltaste cuando el árbol se prendió fuego. ¡Casi parecía que habías sido tú el que había llamado al rayo, con cómo lo mirabas! Sin moverte ni parpadear, y casi que sin respirar. Estuve segura de que habías perdido en sentido con los ojos abiertos, del miedo. Puedes decirme la verdad, ¿eh? No se lo diré a Clerval, si te avergüenza. Sólo le diré que conozco de ti un secreto que él no.”
El segundo evento que condenó a Victor ocurrió apenas un par de años después, cuando una epidemia de escarlatina asoló Europa entera y, sin que pudiera evitarse, también llegó a casa de los Frankenstein.
Fue Victor el que cayó enfermo en un primer momento, y ello dejaría una marca de por vida en su cuerpo, traumatizado por la enfermedad, que más adelante le pasaría factura cuando su propio cuerpo le traicionara relacionando el estrés con la enfermedad y la fiebre. Durante algo más de una semana, Victor cayó presa de una fiebre gravísima que no quiso bajar de los 40º, acompañada de sudores profundos, dolencias en todo músculo en su cuerpo, irritación de la piel en forma del sarpullido tan peculiar de la escarlatina, y una debilidad mental que apenas le permitía mantenerse consciente de la tortura física a la que se veía sumido su cuerpo, y nada más.
Fue su madre quien cuidó de él, decidiéndose dejar el tratamiento del niño todo lo lejos de los sirvientes de la casa que fuera posible, a fin de que estos no contagiaran a los otros niños o expandieran la enfermedad por la ciudad. Durante aquella semana, se mantuvo junto a Victor tratándole con amor y cariño. En los escasos momentos de lucidez del chico, él siempre encontró a su madre a su lado, con una sonrisa encantadora en la cara, pasando la mano por su frente para retirar el cabello humedecido por el sudor que se pegaba a la misma.
Victor logró curarse de la enfermedad. Su madre, no.
Poco después de que el chico se recuperara, fue Caroline la que cayó enferma, sufriendo los mismos síntomas que su hijo. Sin embargo, para ella no hubo remedio, y eso se evidenció suficientemente rápido a través del médico de la familia.
Victor quiso permanecer junto a su madre todo el tiempo posible. Siendo que era el único que había pasado la enfermedad, y para prevenir más contagios, fue el único de la familia al que se le permitió estar junto a ella en sus últimos momentos. De la misma manera que ella le había acompañado durante su enfermedad, él se mantuvo a su lado.
Fue una noche fría en la que Caroline Beaufort murió. A la luz cálida de un candil que teñía su piel de un enfermizo tono amarillento, cubierta en sudores y en una cama que no era la suya, únicamente acompañada por su hijo mayor.
“Ahora he de dejarte, Victor. Siento la muerte, la escucho llamarme. Cuida de tus hermanos, y de tu padre. Dejo esta familia en tus manos. Eres amable, sesudo, dedicado. Sé que grandes cosas aguardan en tu futuro. Oh, cómo desearía poder verlas... Pero eso es, yo me temo, imposible. Victor, hijo mío... ¿No lloras? ¿No derramarás lágrimas por tu madre?”
“No mientras tú aún permanezcas en este mundo. No te dejaré ir con mis lágrimas como último recuerdo, deseo que allá donde vayas sea mi sonrisa lo que te acompañe, en lugar de mi llanto. Tu sonrisa, Madre, me ha dado tantas fuerzas siempre. Permíteme devolver el favor, incluso si sé que es insuficiente para agradecer toda la devoción que has dedicado a esta familia.”
La mujer dejó salir una risa, y en ella se fue su último aliento. Los ojos de Victor permanecieron fijos en los de su madre mientras estos se apagaban, quedándose vacíos y sin vida. Pudo ver el movimiento de su pecho cuando se vació sin aire. Pudo sentir, según su mano se aferraba a la de su madre, cómo el pulso se detenía, y cómo el cuerpo cálido por la fiebre rápidamente, mucho más rápido de lo que él creyera posible, pasaba al frío cadavérico.
Así pasaron una hora, cuarenta y siete minutos y veintitrés segundos.
Hasta que al fin dejó ir la mano de su madre, que cayó muerta, y colocó la misma junto con la otra reposando sobre el vientre de la mujer. Cerró sus ojos y arregló su pelo, concediéndole una última expresión de calma.
“Parece estar en paz.”, pensó.
Y al fin fue a darle a su familia la devastadora noticia.
Fueron estos dos sucesos los que plantaron en Victor la semilla de la locura.
Algunos meses después, Victor partía hacia la Universidad de Ingolstadt, al sur de Alemania y tan lejana de su Ginebra, con la intención de aprender el arte de la Medicina.
“¿Has de irte muy lejos? ¿Cuánto tiempo estarás fuera? ¿Cuándo volverás?” Las preguntas del pequeño William le acosaban. Habiendo perdido recientemente a su madre, el pobre chiquillo temía perder a su hermano también.
“Volveré cuando vuelva, ni antes ni después.” Fue su respuesta, que dejó muy insatisfecho al muchacho. “Pero te enviaré muchas cartas mientras estoy lejos. Te conviene entonces atender a tus lecciones, porque no leeré tu correspondencia si viene con faltas de ortografía.”
“Ni él será capaz de entender la tuya, con los garabatos sin sentido que intentas hacer pasar por letras.” Comentó Elizabeth que, aunque trataba de no aparentarlo, era sin duda de la familia la más devastada al ver a Victor marchar. “Te conviene escribirnos, frecuentemente, si no a diario. Y te conviene también darte prisa en regresar. Cuando lo hagas, quiero que me desposes.”
La proposición de nupcias, lanzada tan casualmente como si fuera algo obvio e ineludible, causó rubor a Victor, extrañamente avergonzado por la idea del matrimonio. Era algo que todo el mundo había comentado ya, y en lo que todo el mundo parecía tener algo que opinar, pues parecía haberse decidido ya, sin consultar al propio Victor, que él había de casarse con Elizabeth.
Parecía lo obvio, la única opción posible para ambos, y sin embargo Victor, que sabía que de acudir al altar lo haría con Elizabeth, no era capaz de hacerse a la idea.
El por qué de ello, Victor lo tenía más que claro, y todo aquel que hubiera prestado atención lo sabría también.
Una vez hubo Victor dicho adiós a su familia, Henry Clerval le aguardaba a las afueras de su residencia, habiendo insistido previamente en acompañarle durante su primera etapa de viaje, antes de que pudiera “irse demasiado lejos”, en sus propias palabras.
“¿Por qué Ingolstadt?” Cuestionó su amigo. “¿Por qué no Viena? ¿Acaso no es su universidad digna de tu presencia? Piensa amigo, Viena, ¡Viena! ¿Dónde sino allí vas a escuchar mejor a Mozart, Sallieri, Vivaldi? ¡En el Kärntnertortheate, en el Burgtheater de Viena! Y no pienses sólo en la música y la ópera, sino en-!”
“Cielos, Henry, juraría que eres tú el que desea ir a Viena, con ese entusiasmo. Aunque lo entiendo, créeme, y adoraría poder visitar Viena y disfrutar de sus óperas, especialmente si es contigo, pero lo que yo busco no se encuentra en Viena.”
“¿Y qué es esto que buscas? ¿No es acaso el conocimiento, que por eso te diriges a estudiar? Eso lo encontrarás, te digo yo, mucho más fácil en Viena.”
“Es cierto que mis ansias de aprender me mueven, pero eso podría yo hacerlo en cualquier lugar del mundo. No, lo que busco, además de perseguir mis estudios, es la soledad, un respiro lejos del ajetreo de una gran ciudad como es Viena.”
“¡No me digas! ¿Te vas porque no eres capaz de soportar más a una cierta mujer, acaso?”
“Si os dejarais de riñas, mi vida sería infinitamente más sencilla... No, Henry. La adoro a ella tanto como te adoro a ti, y adoro a mi familia, abandonarles no me causa placer alguno, te lo garantizo. Pero la soledad que ansío es algo que necesito. Es, en ocasiones, difícil escuchar mis pensamientos cuando hay tanto ruido y distracciones a mi alrededor. Y algunos de mis pensamientos demandan ser escuchados. Hay una pregunta que la humanidad lleva haciéndose desde el principio de los tiempos y yo, amigo mío... Pienso que he encontrado una respuesta.”
La críptica respuesta de Victor no logró calmar las dudas de Henry, pero el amigo no insistió más. Al término del viaje, se despidieron, en un abrazo conmovedor por no atreverse a más ante los ojos ajenos, y a partir de entonces fue que Victor comenzó su camino hacia Ingolstadt y, de esa manera, hacia su propia perdición.
Las expectativas que Victor había tenido para la universidad no fueron para nada cumplidas (cosa que lleva pasando desde los albores de la humanidad hasta tiempos modernos). Cuando acudió a sus profesores para atosigarles a cientos de preguntas que en Ginebra no había tenido oportunidad de preguntar a nadie, se encontró con la burla y el demérito de los académicos. Los nuevos textos académicos y las nuevas prácticas desacreditaban todos aquellos libros de alquimia que Victor tanto había disfrutado en su juventud y hacían reír a sus profesores, que lamentaban que una mente tan brillante se viera desperdiciada en semejantes falacias. A su recomendación, Victor comenzó a leer los textos de autores modernos, en una lista aparentemente infinita de libros que le llevó a una espiral de noches en vela, velas desgastadas, desgaste mental y una mente más inquieta de lo normal.
Su interés por la biología humana se disparó en cuanto su mente comenzó a comprender los textos, y no pasó demasiado tiempo hasta que Victor excediera en sus clases con la suficiente notoriedad como para ser reconocido por los profesores que en un principio se burlaron de él. Pero tan pronto como Victor consiguió las alas de cera que aquellos libros le concedieron, su interés en las lecciones universitarias se volvió nulo.
En su lugar, se volcó por completo a sus proyectos personales. El siguiente paso lógico era, por supuesto, asaltar el cementerio local para saquear sus tumbas.
Si alguien en la ciudad se dio cuenta de la figura que en lo más oscuro de la noche se dedicaba a profanar a los muertos abriendo sus nichos y excavando sus tumbas, desde luego nadie dijo nada.
Poco a poco, a base de prueba y error, consultando frenéticamente sus libros de estudio y sus propios apuntes escritos en noches infinitas de delirio y genialidad, su investigación comenzó a dar fruto. Victor olvidó dormir, olvidó comer, olvidó todo aquello que no fuera su experimento. Era la única causa a la que dedicaba su vida. Su mundo se redujo al pequeño ático y la mesa de operaciones que mantenía en su casa. Olvidado quedó todo aquello más allá de la puerta del laboratorio, incluida la universidad, incluidos la familia y amigos que había dejado atrás, incluidas las nociones de lo que era moral o no y, después de un tiempo, la cordura del propio Victor, que abandonó la habitación por completo.
Hasta que, al fin, lo logró.
Un día, consiguió lo imposible.
Y a la noche siguiente, mientras el primer anuncio de una tormenta tronaba en la distancia, Victor terminaba los últimos detalles de su creación. Con las mejores partes que encontró, tejía el cuerpo del humano perfecto, el hombre ideal.
Un hombre de una altura de ocho pies, doscientos cuarenta centímetros, de proporciones perfectas. Una larga cascada de lustroso pelo negro en su cabeza, un rostro con los más atractivos rasgos que Victor tegió juntos, de labios finos y negros y ojos extrañamente cristalinos con una apariencia acuosa y un brillo inusual. La piel cadavérica, en tono amarillento, se estiraba a lo largo de su cuerpo más de lo que debería, dejando entrever las venas y músculos bajo ella, puestos juntos con hilo para crear la apariencia de un cuerpo humano.
16 de Noviembre de 1792. En una noche de tormenta, donde la lluvia y el trueno se hacían oír en todos los hogares, donde el viento golpeaba con la amenaza de derribar árboles y tejados. En esa noche, Victor Frankenstein terminó de construir a su hombre perfecto.
En esa noche, Victor Frankenstein le dio vida.
Pues si sólo Dios tiene el poder de la creación,
pues si fue Prometeo quién le cedió al hombre el fuego de la vida,
aquel que sea capaz de replicar estos actos,
¿no habrá de ser llamado Dios mismamente?
Con el impacto de un rayo, el primer latido.
Con el resonar del trueno, el segundo.
Con el repiqueteo de la lluvia, músculos que cobran vida. Sangre espesa que comienza a fluir. El pecho que se eleva al tomar su primera bocanada de aire.
Y ojos que se abren.
Ojos brillantes, acuosos.
Ojos que se mueven, con lentitud, en dirección a la otra única persona en la habitación. Su creador.
Ojos que se clavan en los ojos del otro.
Y al verse reflejado en ellos, Victor se dio cuenta del error que había cometido al dotar de vida a aquella criatura.
Esos ojos no eran humanos. Eran los ojos de una bestia. Un monstruo.
Un daemon.
El terror que sintió Victor al ver por primera vez a su criatura no ha vuelto a sentirlo ningún otro ser humano. El horror de la comprensión de hasta dónde le había llevado su hubris, el choque contra el suelo al perder sus alas de cera, el pánico monstruoso que invadió su corazón en aquel mismo instante.
Los recuerdos de Victor sobre aquella noche son borrosos. Después de dotar de vida a aquella criatura, sólo recuerda el pánico que le invadió, y a la evidencia de su laboratorio destrozado toma como muestra de que fue él mismo el que salió huyendo del mismo, yendo a refugiarse en la habitación que no había pisado durante semanas, bajo sábana y manta; quizá con la intención de protegerse, quizá con la intención de que, cuando volviera a abrir los ojos, todo hubiera resultados ser un mal sueño.
Los siguientes días, las siguientes semanas, Victor se vio afectado por un delirio febril que mezclaba el horror de lo sucedido aquella noche con el estrés y el desgaste al que había sometido a su cuerpo durante tanto tiempo. Aquellas secuelas heredadas de su escarlatina hicieron mella en su cuerpo por vez primera, convirtiéndole en poco más que una criatura patética atacada por la fiebre y las alucinaciones. Los días y las noches se entremezclaron. La falta de alimento hizo que sus mejillas se hundieran, sus huesos se vieran más marcados en su piel cada vez más pálida, su pelo cayera con más facilidad cuando en ataques de locura trataba de arrancárselo a tirones. El único sueño que tenía, que no descanso, era cuando su cuerpo llegaba al culmen de la extenuación y cedía a la inconsciencia, un remanso de paz que permitía a su mente quedar en blanco durante algunas pocas y dispersas horas, y no sufrir como hacía cada segundo que pasaba con los ojos abiertos.
Victor hubiera muerto en su habitación completamente solo, enloquecido, sin que nadie volviera a saber de él, si no fuera porque, de forma completamente imprevista, recibió un visitante.
“¡Dios bendito! ¿¡Pero qué te ha ocurrido!? ¡Victor! ¡Victor, me oyes! ¿Qué ha sido de ti? No, no grites. No huyas, ven aquí, conmigo. ¡Estás ardiendo! Por Dios. Necesitas un médico. Quizá un sacerdote. No, no, tranquilo. Tranquilo, estoy aquí, contigo. No pienso abandonarte. Voy a sacarte de esta. Pero respóndeme, por Dios, dime que aún estás ahí, que no es sólo tu cuerpo lo que encuentro sino que tu mente aún lo habita, amigo... Victor. ¿Me oyes, Victor?”
“Hen... ry...”
Tras meses y años de insistencia, Henry Clerval había logrado convencer a su padre de que desistiera en sus intentos de forzarle una carrera en la milicia, y que le permitiera dedicarse al estudio de las letras orientales que él tanto amaba. Más bien, había sido Elizabeth la que había convencido al hombre de que dejara que Henry viajara a Ingolstadt, bajo el pretexto de descubrir qué le habría pasado a Victor, del que hacía más de un año que nadie sabía nada. La correspondencia que Victor había prometido enviar desapareció de un día para otro, y su familia temía que le hubiera pasado lo peor.
Fue por esto que Henry viajó a Ingolstadt, con el corazón en un puño al temer por la vida de su amigo. Lo que encontró, no era ni mucho menos lo que esperaba. El Victor que Henry encontró en Ingolstadt estaba completamente fuera de sí. Afectado por la enfermedad y el cansancio, había entrado en un estado de delirio en el que era casi imposible reconocerle, pues prácticamente parecía estar poseído por algún demonio.
Costó a Henry mucho tiempo conseguir que Victor volviera a un estado de normalidad. Fueron semanas de cuidarle, atendiendo todas sus necesidades para asearle, darle de comer, impedir que se causara daño a sí mismo cuando le daba un brote de locura...
A cada doctor que preguntó, todo lo que supieron decirle es que se trataba de una histeria, que tomara láudano para calmarle y de no pasarse aquello, debía encerrársele en un manicomio. Por supuesto, Henry descartó la idea y atendió a Victor día tras día hasta que, poco a poco, el hombre fue volviendo en sí. Fue en un principio con balbuceos confusos del nombre de su compañero, su mente aún perdida en un lugar muy remoto pero al menos reconociendo al hombre junto a él, y con el paso del tiempo los balbuceos se convirtieron en palabras y después en frases, y Victor dio la apariencia de haber recuperado la cordura, aunque esta hubiera quedado muchos años atrás.
Para cuando consiguió salir de su largo delirio, los recuerdos que tenía de aquella noche habían quedado difuminados por la fiebre y la locura. Dudó de su propio juicio, sobre si aquella criatura a la que había “dado vida” había existido realmente, o si simplemente su mente enferma le había hecho imaginar aquello.
“¿Qué te ha sucedido, Victor? ¿Qué te ha puesto de esta manera? ¿Son tus estudios, que se complican demasiado? ¿La vida lejos de tu querida Ginebra? ¿Qué es?”
“Ni yo lo sé. Quizá haya perdido la cabeza, Henry. Dime, ¿estoy loco?”
“No lo estás, amigo. La que enloquece por saber de ti es tu hermana. Haz el favor de escribir a casa, e inventa alguna patraña de que tus estudios te han mantenido demasiado ocupado para responder. Cualquiera sea la cosa que te haya pasado, mientras me tengas a tu lado, no volverá a ocurrirte.”
La presencia de Henry fue sanadora para Victor. Gracias a él volvió a mantener una rutina y a recuperar su vida. Escribió a casa, y recibió una dura reprimenda de Elizabeth por correspondencia por su falta de correspondencia, pero saber de su familia le hizo bien. Escuchó las historias de Henry en la milicia, de cómo había acabado por resignar para poder perseguir su sueño de explorar las culturas del este, y juntos se alistaron al programa de Lenguas Orientales ofrecido por la universidad.
Pasó así cosa de un año o dos, con Victor decidiendo olvidar los sucesos de aquella noche terrorífica y dedicándose por completo a sus nuevos estudios, y Henry haciendo lo mismo con aún más pasión todavía. Aquellos años fueron quizá los más agradables de la vida de Victor, que disfrutó de un periodo de calma junto a la compañía de Henry y su amistad.
Porque aquellos eran meramente dos amigos conviviendo en la misma vivienda de un único dormitorio, dos varones solteros sin interés ni necesidad de mujer alguna al tenerse el uno al otro en la más pura de las amistades.
La paz y la felicidad de Victor llegaron a su fin cuando un día recibió una carta con noticias nefastas.
Por la mano temblorosa de Elizabeth estaba firmada la carta que informaba a Victor de que su hermano pequeño, William, había fallecido. En una de sus salidas a la montaña, en un despiste de la criada que le vigilaba, alguien había encontrado al pequeño solo y había decidido tomar su vida.
La familia de Victor se encontraba, por supuesto, inconsolable ante dicho suceso. También lo estuvo el propio Victor ante la pérdida de su joven hermano, y se sintió especialmente culpable por haber pasado los últimos años tan ausente en su vida, sabiendo de él nada más que por la correspondencia que se intercambiaba con Elizabeth. Henry urgió a Victor a que regresase a Ginebra para pasar el luto con su familia, y eso fue lo que Victor hizo, volviendo al hogar después de tantos años fuera.
Elizabeth no tardó un minuto en tirarse a sus brazos, y menos aún en romper a llorar por la muerte del niño. Lo que Victor no esperaba fuera que las malas noticias no terminaran allí.
Justine era el nombre de la criada que había estado junto a William en sus últimos momentos. Una joven trabajadora y vivaracha, Victor la recordaba en la casa desde siempre. Su madre la había recibido en la residencia con brazos abiertos y la había tratado como a una hija más, y Justine había crecido junto con los hermanos Frankenstein, estando especialmente unida a Elizabeth y al pequeño William, del que se había convertido en cuidadora principal.
“Dicen que ha sido ella, Victor. ¡Justine! ¡Nuestra Justine! Ella, que no haría daño ni a una mosca, ella que es para mí una hermana tanto como tú lo eres, ¡que ella iba a matar a nuestro William! No, no, yo lo sé imposible. Pero Padre está desolado, y Ernest demasiado enfadado para atender a razón, y a mí nadie me escucha. Victor, por favor, tú eres el mayor, hazles entrar en razón. Es imposible, imposible te digo, que ella hubiera hecho algo tan horrible.”
Un guardapelo que pertenecía a la difunta Caroline había sido hallado entre las pertenencias de Justine. Esto no hubiera sido en sí extraño, pues ambas se adoraban la una a la otra como madre e hija, pero aquel guardapelo era el que Caroline había dejado en herencia a William, como último recuerdo de su madre, y el niño lo llevaba con él siempre a todas partes, y cuidaba de él como su más preciado tesoro... Tal vez, porque lo era.
Con los ruegos de Elizabeth, y dudando él mismo de la culpabilidad de Justine, Victor acudió a los calabozos para entrevistarse con la mujer, que entre lágrimas rogó por su perdón a la vez que por lo más sagrado juraba que ella no había cometido semejante crimen.
“¡Que me parta un rayo si yo hubiera sido, porque no otro castigo merecería! Yo no he sido, mi Señor, no, yo jamás le haría daño a nuestro pequeño William. ¡Por supuesto que no! La Doña Caroline, en paz descanse la pobre mujer, me mandó a cuidar de él, ¡y yo a la Doña no le fallaría nunca! Lo sabe usted, ¿verdad, mi Señor? Que yo no le haría daño al pequeño.”
“Lo sé, Justine, sé que a él le tratas como a tu propia sangre y que jamás le causarías mal a nuestra familia de esta manera. Te lo prometo, que todo lo que esté en mi mano haré para que te saquen de aquí y se disculpen contigo, por ser injustamente encarcelada. Pero cuéntame, mujer, qué fue lo que pasó, qué ocurrió con William.”
“No lo sé, Señor, no lo sé. Él estaba corriendo, como siempre, y la criatura corre siempre que se las mata y a mí me dejó atrás... Y entre que yo le alcanzaba algo horrible le pasó, ¡Señor...! ¡Que Dios se apiade de su pobre alma, el angelito! Oh, Señor, no se imagina usted lo mal que lo pasé cuando le vi al pobre, allí, tirado en la yerba. Con los ojitos azules abiertos aún, tumbadito como si nada, igual de inocente que siempre que cualquiera que le hubiera visto diría que estaba perfestamente, Señor.”
“¿Y cómo murió entonces? El niño estaba sano...”
Justine fue incapaz de responder a aquello, deshecha en llantos. Elizabeth tampoco era capaz de responder a aquella pregunta, con un nudo en la garganta que le impedía hablar. De modo que Victor fue por su propio pie a la morgue en la que se conservaba su hermano, a la espera del funeral que tendría lugar un par de días después.
Elizabeth no quiso acompañarle, así que fue él sólo el que entró en la cámara frigorífica, con la cual ya estaba más que familiarizado, gracias a sus propios experimentos. El tanatopractor consultó el registro con dedos rápidos, pasando entre las decenas de nombres, y apenas unos minutos después Victor tenía en sí el cuerpo de su hermano muerto.
Le contempló en silencio, con el corazón apretado al ver al pobre chiquillo así. Su dulce hermano, con el que había incumplido su promesa de intercambiar correo por más de dos años. En su cuerpo, por más que hubieran intentado conservarlo en el mejor de los estados, se notaba la decadencia de la muerte, con los labios amoratados en contraste con su piel cadavéricamente pálida, sin rastro de las mejillas redondas y sonrojadas que antaño habían iluminado su cara. Se dio cuenta Victor también de lo mucho que había crecido su hermano en su ausencia, donde antes el niño aún conservaba los rasgos más redondos de la niñez, durante aquellos años había comenzado a crecer en dirección a la pubertad, que ya había empezado a moldear su rostro,
Lo que más llamaría la atención de cualquiera que hubiera visto al muchacho, y de esto Víctor no era excepción, era de la marca de la muerte alrededor del cuello del chico.
El signo inconfundible de dos manos cerniéndose sobre la garganta del pobre niño, apretando con tanta fuerza como para dejar prueba de su crimen incluso post-mortem el la forma de una gargantilla de diversos colores morados y negruzcos.
“No fue un trabajo rápido” Comentaba el encargado de la morgue. “La mujer que le mató le asfixió antes de conseguir partirle el cuello, así que el chico tuvo una muerte lenta y terrible. Supongo que la mujer no tendría fuerza suficiente como para hacerlo bien.”
“No es cuestión de fuerza solamente, sino de saber exactamente dónde ha de aplicarse la presión... El cuello es un área especialmente frágil del ser humano, por ello...”
Se interrumpió únicamente al darse cuenta de cómo hablaba de la muerte de su propio hermano. Pasar tanto tiempo entre cadáveres estudiando la muerte desde luego le había insensibilizado ante ella, y el estómago de Victor se retorció con culpa.
A pesar de ello, y aún a sabiendas de que ya se habría ganado más de alguna mirada inquisitiva del otro hombre, pidiendo disculpas a su hermano y a un Dios de cuya piedad no estaba tan seguro como su madre hubiera querido; retirando los inmaculadamente blancos guantes de sus manos indignas, colocó ambas éstas sobre el púrpura mortal que marcaba el pálido cuello de la criatura.
“¿¡Pero qué hace, hombre!?” El sobresalto del asistente no consiguió que retirase las manos, rígidas allí donde estaban, aún sin llegar a tocar piel.
Porque aquello demostraba una verdad obvia.
Las marcas de asfixia, más que evidentes, eran mucho más extensas de lo que pudieran abarcar sus manos, y desde luego más que las de Justine, de manos naturalmente más pequeñas.
Pero, aún más, aquellas marcas, sólo podían haber sido realizadas por unas manos monstruosas.
Victor no musitó palabra al salir de la morgue. No respondió a las preguntas de Elizabeth, y nadie volvió a verle una vez volvieron a la casa y se encerró en su antigua habitación, hasta unos días después cuando los lloros y ruegos y gritos de Justine fueron para siempre silenciados con una soga atada a su cuello.
Elizabeth lloró sobre su pecho cuando ocurrió aquello, lamentando la muerte de la criada casi tanto como la de su propio hermano. El funeral del chiquillo tendría lugar pocos días después, con la tapa del ataúd inusualmente pequeño cerrada para no mostrar el cuerpo tras ella, ni dejar escapar el pungente olor del cuerpo putrefacto.
A pesar de eso, Victor podía olerlo perfectamente. Igual que podía ver el cuerpo de su hermano, con aquella marca mortal en el cuello, y un par de ojos de un color azulado tan glacial como la muerte fijos en él. Ojos inocentes, acusatorios. Ojos que sabían la verdad.
Quién había matado a aquel niño, no había sido otro sino el propio Victor.
Lo había sabido al instante de ver aquellas marcas. Ningún humano podría haber dejado algo así sobre la piel del pobre William, no, la criatura que había asfixiado al niño debía haber sido un monstruo de dimensiones colosales. Uno capaz lo suficientemente inteligente como para saber a quién culpar, y cómo.
Se había convencido a sí mismo de que había sido una ilusión de su mente. Que las largas noches sin descanso, los largos días de trabajo, todo el esfuerzo que había invertido en su idea imposible, habían acabado afectando a su salud, que era la fiebre la que había deformado su cordura y le había jugado una mala pasada con la ilusión de aquel monstruo.
Y una muy pequeña parte de él sabía que lo que había visto aquella noche en su laboratorio, era completamente real.
Victor pasó semanas en silencio, tratando de contener la locura que amenazaba con invadir su mente y tomar control de su cuerpo, una vez más. Apenas comió, apenas durmió, apenas habló con nadie, a pesar de lo mucho que Elizabeth insistió en que compartiera con ella su tormento, su pesadumbre.
“Es similar a cuando le encontré en Ingolstadt” Comentó Henry a la mujer, en una de sus visitas a la casa, frecuentes desde que había vuelto a Ginebra él mismo siguiendo los pasos de su amigo. “En aquel entonces apenas comía y no hablaba. Temí que algo le hubiera ocurrido que hubiera hecho que le perdiéramos para siempre...”
“¿Y cómo le curaste? ¿Qué hiciste para traerle de vuelta?”
“Simplemente le di tiempo, atención y cariño.”
“Te creerás que ese es un consejo útil, Clerval.”
“Te creerás que me importa un comino lo que tú pienses, Lavenza.”
“Frankenstein. Siéntete libre de usar ese apellido para referirte a mí.”
“No hasta que no ponga un anillo en tu mano.”
“No esperarás que lo ponga en la tuya.”
“No. Pero sé que en la tuya tampoco.”
Ignorante a las riñas de ambos, Victor pasaba sus días, en la mayoría, en el lago tras su casa que él tanto amaba. Todas las mañanas, aún temprano y con la salida del sol y la brisa fresca del nuevo día, se subía a su barca, remaba algunos metros hacia el interior de las aguas y se mantenía flotando la deriva. Algunos días trataba de llevar algún libro con él, sólo para terminar descartando la lectura al ser incapaz de concentrarse en sus letras. La mayoría de los días, simplemente se mantenía o bien sentado o recostado en la barca, sin mirar a ningún punto concreto del azul de las aguas. En otras ocasiones, miraba al sol, parte de él esperando que su luz le cegara, con la esperanza de que, quizá si perdiera la visión, terminaría por olvidar el cuerpo de Justine tambaleándose en la nada, el cuello lacerado de su hermano muerto, los ojos amatillos de una horrible criatura. En una ocasión, el cielo se cubrió de nubes y descargó sobre él una torrencial tormenta, y Victor no tomó consciencia de ello hasta que su hermano Ernest no salió a buscarle y le forzó a remar de vuelta a la casa.
Un día, la mirada perdida de Victor se encontró con algo en la distancia.
Al otro lado del lago, donde se expandían las tierras de su familia, una figura le espiaba. No le hubiera concedido importancia alguna de no ser porque había algo en aquella persona que le perturbó nada más poner los ojos en ella.
Una idea terrible cruzó su mente.
Y comenzó a remar en aquella dirección.
En cuanto lo hizo, la figura se alejó, convirtiéndose poco a poco en una sombra más remota hasta que desapareció por completo del campo de visión de Victor. Desesperado por perseguir aquel espejismo, se tiró al agua y nadó a pesar de la pesadez de la ropa, creyéndose más rápido a nado que a remo, y corrió a través del barro de la orilla en persecución de aquella silueta que, hacía tiempo, se había desvanecido en la distancia. Lo único que Victor llegaba a ver en la lejanía eran las extensiones de tierra, pequeñas casas más allá de ellas y, en la lejanía, las picudas montañas alpinas que se elevaban una por encima de la otra hasta la nevada y lejana cúspide del Mont Blanc.
Victor dirigió su vista al suelo, donde su zapato se hundía en el lodo. Junto a su pie vio la huella monstruosa de la criatura que sabía que estaba buscando.
Apenas unas horas después, tras un cambio de muda y habiendo preparado la mochila que solía usar en sus expediciones a la montaña, con todos los aperos necesarios para la escalada, salía Victor por la puerta de su casa con sus hermanos tras él, intentando detenerle.
“¿¡Estás loco!? ¡Cómo te vas a ir, así de repente, cuando llevas días que ni comes ni duermes ni hablas!” Gritaba su hermano, más que confundido por la actitud de Victor.
“Ernest, agarra un caballo y vete a llamar a Clerva, que venga de inmediato.” Decía Elizabeth, a su vez siguiendo a Victor e intentando contenerle al agarrarle por un brazo, forzándole a girarse hacia ella con más facilidad de la que debía haber sido posible. “Victor, no puedes hacerme esto. No puedes hacernos. Esto. Por favor. Por favor, no sé lo que te pasa, pero aquí podemos arreglarlo. Acabas de volver después de años que no sabíamos de ti, ¡no puedes dejarnos de nuevo!”
“Mi querida Elizabeth” Sintiendo la culpa corroerle por dentro, Victor llevó una mano a la mejilla de ella. “, sé que tratas de hacerme bien, y que piensas que entre tus brazos, voy a curarme, pero... Ahora mismo, necesito esto.”
“¿El qué, qué necesitas? ¿Qué es lo que ansías y que yo no puedo darte? ¿Qué es lo que me falta?”
“Nada, no te falta nada, Elizabeth. Soy yo el que ha perdido algo, y ahora he de ir a buscarlo.”
“¿Pero a dónde? Al menos dime, ¡a dónde te vas siquiera!”
“Mont Blanc.”
No era desde luego la primera vez que Victor organizaba una excursión a la montaña alpina. Amante de la naturaleza que siempre había sido, siempre se había mostrado entusiasmado por visitar los montes y montañas que le rodeaban, y en alguna que otra ocasión había tenido la oportunidad de visitar la montaña en cuestión en compañía de Clerval padre e hijo, este último siendo el menos entusiasmado por la escalada. Por su cuenta nunca se había aventurado a una expedición más allá de aquellas montañas que rodeaban su Ginebra, pero en aquel momento la montaña blanquecina le llamaba más que nunca.
La razón, no la compartiría nunca con nadie.
“Déjale irse.” El comentario vino desde la puerta de la vivienda de los Frankenstein, donde Alphonse observaba a su hijo con ojos juiciosos, pero no especialmente contrariados. “Es la primera vez que le apetece hacer algo que no sea tirarse al sol. Da la suerte de que ninguno de mi hijos es tonto, o al menos eso quiero yo creer, y si este decide que se quiere ir a la montaña, que se vaya, con tal de que se acuerde de volver después.”
A pesar de las quejas y rechistes de Elizabeth, dada la bendición del patriarca de la casa, nadie se interponía en el camino de Victor. De modo que de los establos de la casa se procuró una montura y, sin más despedida que una promesa de pronto retorno, allá se fue, levantando el polvo del camino con el galope su fiel yegua Troya.
Con la conquista de la cumbre del Mont Blanc apenas unos años atrás, 1786, y el creciente interés de su compatriota ginebrino De Saussure en la investigación de la montaña, era el momento idóneo para planificar una ascensión al pico.
En teoría.
En la práctica, con la precipitada salida de Victor, su debilitado estado físico del que no se había dado cuenta siquiera, el hecho de que escalar una montaña de 4000m de altitud no es algo que se pueda ni deba hacer sin preparación y que de repente los cielos rompieron a llover a media excursión, fue al poco del caer la noche que Victor tuvo que rendirse en su intrépido viaje y buscar algún lugar en el que resguardarse de la lluvia. Habiendo dejado atrás cualquier tipo de población y con un buen trecho hasta la siguiente, habiendo optado por seguir la ruta de montaña, Victor decidió que su mejor opción era encontrar cobijo bajo cualquier recoveco excavado en la propia ladera de la montaña, y una cuevucha encontró tras un buen rato pasado por agua, en la cual encendió un fuego para calentarse e intentar poner a secar su ropa y preparó sus aperos para la noche, bajo la mirada de reproche de Troya, claramente descontenta por haberse mojado las orejas bajo la lluvia.
Contemplando la danza candente del fuego y todo lo que en su vida le había acabado llevando hasta ese punto concreto en el espacio y en el tiempo, Victor Frankenstein llegó a una conclusión:
“Soy imbécil.”
Y la respuesta, que tenía la aspereza del crepitar del fuego, que sonó tan atronadora como el sonido que acompaña al rayo, fue la risa de aquel que esperaba a Victor.
Haciendo entrar en pánico a Troya, que trató de liberarse de sus riendas atadas; provocando que el pulso de Victor se detuviera a la vez que el vello en su cuerpo se erizara; eclipsando la poca luz que podía entrar por la apertura de la cueva, una figura bloqueaba la entrada. Sus rasgos brutos y mayoritariamente rectilíneos, aquellos que Victor había clasificado como los más hermosos, en una cara tan fría e inexpresiva como aquella noche en la que su cuerpo había cobrado vida.
Por primera vez desde aquella tormenta tanto tiempo atrás, frente a frente se encontraron creador y criatura.
“Eres real.”
“Sí.”
“No eras una pesadilla. Ni una alucinación. Ni un fantasma. Eres real. Yo te creé. Te di vida...”
“Y tan pronto conseguiste dármela, te desinteresaste de ella. Me abandonaste y me arrojaste a la calle.”
“Mi recuerdo de aquella noche es bastante distinto. Entre en pánico, corrí a esconderme y cuando volví en mí mucho tiempo después, tú te habías ido con tus propias piernas.”
“Tú me rechazaste.”
“Ojalá haberlo hecho apenas un minuto antes. Mi hermano aún viviría entonces.”
“Vamos a hablar, padre. Hablemos, y escucha mi historia, y después de eso entenderás que el único culpable de esta tragedia eres tú.
Demasiado agotado como para lanzarse a apuñalar a la criatura, sabiendo que aquello sólo resultaría en su muerte inmediata, Victor no tuvo más opción que sentarse a escuchar la historia de aquella monstruosidad.
Cómo, después de haber escapado del laboratorio de Victor, había vagado sin rumbo por las calles de Ignolstandt hasta que había sido descubierto y exiliado de la ciudad a base de pedradas. Un destino similar le perseguía allá a donde tratase de huir, siendo rechazado por todo humano o animal que se encontraba en su camino, aterrando a toda criatura con su apariencia monstruosa. Sin terminar de entender cómo había cobrado vida, encontrándose de repente en un cuerpo tan grande y aparatoso como aquel, sin un hogar o una familia o ningún recuerdo más allá del de un hombre llamado “Frankenstein”, todo lo que la criatura podía hacer era luchar por su supervivencia mientras trataba de comprender la razón de su existencia, cuando todo el mundo parecía rechazarla de forma tan severa.
Se alejó de las grandes ciudades y las poblaciones en general, trató de esconderse entre los bosques y senderos. Echó a caminar hacia el oeste, quién sabe dónde, simplemente lejos, donde no encontrase gente. Su ruta le llevó con el tiempo a la Selva Negra, donde pudo esconderse entre sus abetos y recoger de la tierra la suficiente comida para sustentarse. Allí le fue bien, oculto seguro y a salvo, pero él aún ansiaba algo más een aquella existencia tan vacía.
Continuando su viaje hacia el oeste, cerca de la frontera con Francia, encontró la criatura una pequeña casita rural en la que habitaba una familia humilde: Un hombre y una mujer, hermanos; su anciano y ciego padre; y la prometida del hombre, una mujer oriental. Oculto en el bosque, sin que los habitantes de la casa se dieran cuenta, la criatura se mantuvo a su lado observándoles durante meses. De ellos, según enseñaban a la oriental a manejarse en su idioma, aprendió la criatura la lengua, y aprendió a leer y a escribir. Aprendió lo que era una familia, y cómo se ayudaban los unos a los otros. Aprendió lo que era ser humano. Y comenzó a ansiar con todas sus fuerzas tener lo que aquella gente tenía.
Comenzó a ayudarles a escondidas, manteniendo siempre la distancia mientras cortaba leños para hacer su invierno menos frío o se aseguraba de que hubiera siempre comida en su cocina. Desde lejos observó a la familia deseando formar parte de ella, poder sentarse a su mesa y comer del mismo pan que ellos.
A fin de cuentas, él también era humano. Tenía que serlo, ¿no? ¿Qué iba a ser, si no? Ahora que había comprendido cómo funcionaban los humanos, ahora que los entendía y que sabía cómo actuar, no debería sufrir el mismo rechazo que había sufrido anteriormente, sin importar qué tan horrenda pudiera ser su apariencia.
De modo que, armándose de valor, finalmente un día decidió llamar a la puerta de la casa, aprovechando una tarde que el anciano estaba solo. El hombre le recibió con amabilidad, y aún más cuando la criatura se desveló como aquel que había pasado todo el invierno ayudando a la familia. La criatura le explicó que había sufrido el exilio en la ciudad, y que añoraba poder tener un lugar al que llamar “hogar”. Rogó al hombre que le aceptase entre ellos, que le incluyese en su familia.
Pero antes de que nada de aquello pudiera ocurrir, los hijos del anciano volvieron a la casa. Y al ver a tal aberrante criatura tratando de engañar a su padre, no lo pensaron un segundo antes de atacarle para echarle de su casa, para salvar a su padre, para proteger su familia.
Una vez más, la criatura se vio obligada a huir y dejar atrás la humanidad. La misma humanidad que no podía verle más que como un monstruo, como un peligro. Huyó al bosque de nuevo, donde se deshizo en lágrimas de rabia y de desesperación pura, al saberse odiado por aquellos que él había aprendido a querer durante aquellos fríos meses de invierno.
El anciano no le había rechazado en un primer momento, porque había sido incapaz de ver su apariencia monstruosa. Habían sido sus hijos, al verle, al creerle un monstruo en vez de humano, los que le habían rechazado. Era por su apariencia que el mundo le rechazaba. Aquello era lo único que no le hacía “ser” humano, su aspecto.
Y sabía perfectamente quién era el culpable de aquello. El mismo creador que había le había rechazado desde el momento de su nacimiento, su “padre” que había huido en pánico en cuanto sus ojos se habían abierto por primera vez. Se puso una meta a sí mismo: Encontrar a su creador, rogar su ayuda, pedirle que le construyera un cuerpo nuevo, o que cambiase el que ya tenía a uno más humano.
Con eso en mente, y sin ninguna pista sobre cómo encontrar a su creador más que el nombre de “Frankenstein”, comenzó su búsqueda.
Y tras varios meses de búsqueda, un día llegó a dar con un niño que jugaba sobre una colina. Apareciendo el chiquillo sin previo aviso y tomándole por sorpresa, la criatura apenas tuvo tiempo de esconderse antes de que el niño le descubriera. De su experiencia con avistamientos anteriores, la reacción usual solía ser que la otra persona se echase a gritar, a llorar, a rezar o cayera en redondo al suelo. Extrañamente, ese no fue el caso con el niño. En esta ocasión, el pequeño se limitó a observar a la criatura con ojos curiosos.
“¿Qué eres?”
“Un hombre.”
“Tienes la piel fea y los ojos raros. Eres muy grande y eres muy feo. ¿Eres un monstruo?”
“No. Soy humano.”
“Mentira. Los humanos no son así. ¿Tienes un nombre?”
“No.”
“¿Tu mamá no te puso uno?”
“Deberías estar aterrado de mí. ¿Por qué no lo estás?”
“A ver, eres feo, pero ya está, no es para tanto. Aunque Elizabeth siempre me dice que no tengo que hablar con extraños, así que quizá no debería hablar contigo. No sé. Oye, ¿por qué no tienes nombre? ¿Quieres saber el mío?”
El niño, inocente él, no parecía tener ningún tipo de odio ni miedo hacia la criatura. Apenas curiosidad. Eso causó impresión en la criatura, que creía que no había humano en todo el planeta que no fuera a odiarle sólo de un vistazo. Quizá, tal vez, los niños eran distintos. Aún incorruptos por el mundo, quizá su visión no estaba empañada por el perjuicio. Quizá...
“¡Me llamo William! ¡William Frankenstein!”
La criatura no fue consciente de cómo sus manos se habían aferrado al cuello del niño hasta que no escuchó el chasquido del hueso al partirse.
Asustado por sus propias acciones, soltó al niño y se alejó de él rápidamente, aunque sus ojos aún observaban el cadáver con completo pánico.
Algo había explotado en su interior al escuchar aquel nombre. “Frankenstein”. Su creador, su padre, aquel que le había dado vida. Y aquel que le había condenado a aquella apariencia monstruosa. Su enfado, repentino e incontrolable, le había hecho actuar antes de que pudiera entender sus propias emociones.
“Una mera coincidencia que resultase que aquel pobre niño de hecho estuviera emparentado contigo. Pero una coincidencia que te ha traído hasta mí, y que ha permitido nuestra reunión.” La criatura hablaba con rostro impasible, completamente ajeno al horror reflejado en la cara de su creador. “Tal vez sea un acto de algún Dios benevolente.”
“¿Dios? ¿De qué Dios me hablas? Una criatura como tú no conoce Dios alguno.”
“Conozco uno al menos, aquel hombre lleno de hybris que trató de proclamarse Dios a sí mismo con el milagro de la creación. ¿Qué se siente al caer el cielo, Ícaro? ¿Cómo soportas el dolor de tus entrañas siendo consumidas por los buitres, falso Prometeo?”
“El único dolor que siento en mis entrañas es el del luto por mi hermano, William, y la inocente Justine que murió ahorcada por tus actos. Acúsame de querer ser un Dios falso, pero al menos yo soy humano. Tú, tú eres meramente un error de una mente enloquecida, por brillante que sea la mente. Tú, eres un asesino. Aberrantes que sean mis actos, que lo son porque a ti te dieron vida, al menos considero preferible darla que quitarla. ¿Te crees en capacidad de cuestionarme cuando son tus[/i] manos las que han acabado con un niño inocente?[/i]”
“Te crees tú capaz de darme lecciones de moral, cuando es tu crueldad la causante de tus propias desgracias. Me diste la vida sólo para abandonarla. Para dejarme perdido en un mundo que sabías que no iba a aceptarme.
>>Pero suficiente. No, padre, no he venido a discutir contigo. Ya he aceptado que este mundo al que me has traído no es para mí, ni yo soy para él. Admito, que soy un monstruo, únicamente en el más humano de los sentidos, pues soy un peligro para ellos cuando al partir el cuello de un niño no siento culpa alguna. Mi deseo de aquel entonces, el de rogar porque hicieras mi apariencia más humana para poder vivir entre los hombres, se esfumó en aquel momento. No, ahora quiero pedir otra cosa de ti. Hazlo, cumple mi petición, y no volverás a saber de mí.
>>Me has dado el milagro de la vida, pero en ello me has condenado a la misma. Si las gentes me rechazan por esta mi apariencia, entonces deseo tener a alguien que no se asuste de ella, alguien con quien compartir el rechazo, y con quién compartir mi vida.
>>Deseo una compañera. Quiero sentir el mismo amor que calienta el pecho de las otras criaturas de este mundo; el mismo que tú sientes, nunca por mí, siempre por tu familia, por tus amigos... Por Elizabeth, por Henry.
>>Crea una mujer con la que yo pueda compartir mi vida. Hazlo, y ella y yo desapareceremos. No necesito nada más, sólo con la compañía de otra criatura me sentiré completo, con saber que no estoy solo en este mundo. No volverás a saber de mí. Podrás fingir que todo esto es una ilusión de tu enloquecida mente, podrás ignorar la idea de mi existencia como llevas haciendo hasta ahora.
>>Pero si no lo haces. Si no lo haces, Victor Frankenstein, me aseguraré que sientas el mismo dolor que yo siento. La misma soledad, la misma desesperación. Haré que la humanidad entera te rechace por los crímenes que has cometido al crearme a mí. Haré que te reconozcan como el monstruo que verdaderamente eres.
>>Y me aseguraré de matar a todos y cada uno de tus seres queridos. El pequeño William fue un accidente. Pero ya no habrá más accidentes en el futuro.
>>¿Me he hecho entender?”
“Quieres... Quieres que castigue a este mundo con una monstruosidad igual que tú.”
“No. Quiero no estar solo en este mundo.
>>Por ello, trae a la vida a mi compañera, para que ella permanezca a mi lado.
>>Mientras que no lo hagas, yo siempre permaneceré junto a ti. A cada paso que des, yo iré detrás. Cada sonrisa que hagas, yo me encargaré de borrarla. En tu noche de bodas, yo estaré contigo, esperando el momento oportuno para arrebatátelo todo. No permitiré que pase un solo día sin que me recuerdes, y recuerdes con ello el mayor de tus errores.
>>Así que, no vuelvas a cometer un error.”
Después de aquel encuentro, Victor volvió a sumirse en uno de sus ataques de delirio. Cómo regresó a su casa, ni él mismo lo sabe, y fue Ernest el que le recogió de su caballo cuando llegó colapsado sobre el mismo a la casa en mitad de la noche del día siguiente. Una semana pasó entre balbuceos indescriptibles, llantos inconsolables y el ocasional grito desgarrador que desvelaba a todo el mundo en la casa al oírlo.
Pero después de esa semana, volvió la lucidez a su cuerpo.
“No sé en qué estaba pensando, queriendo escalar el Mont Blanc por mi cuenta.” Le comentaba a Elizabeth, recostado en su cama aún entre sudores y con un paño húmedo sobre su frente.
“Dudo que estuvieras pensando.”, fue la respuesta. “Victor. No sé qué pasó en Ingolstadt... Pero tengo la sensación de que algo ha cambiado desde tu vuelta. Sé... sé que están siendo tiempos difíciles. Pero, te lo ruego, deja de tratar de lidiar con esto por tu cuenta. Deja que el resto de tu familia comparta también tu dolor. Sanemos todos juntos.”
“Soy yo el que tiene la fiebre, Elizabeth. A pesar de tu enorme altruismo, dudo que seas capaz de descubrir una manera de compartir eso.”
“Tal vez eso no sea capaz de compartirlo. Pero puedo permanecer a tu lado.”
Yo siempre permaneceré junto a ti.
“En la salud y en la enfermedad. En la pobreza y en la riqueza. Para siempre, hasta que la muerte nos separe.”
En tu noche de bodas, yo estaré contigo.
“Victor, por favor. Permíteme estar a tu lado. Hagámoslo. Casémonos, celebremos, riamos, y podremos-”
“¿Puedes por favor mandar llamar a Clerval? Tengo que hablar con él.”
Victor no fue capaz de ver las lágrimas de Elizabeth cuando ella salió de la habitación, demasiado centrado estaba en las ideas de su propia mente, increíblemente lejanas a la mujer que sollozaba.
Lejanas sus ideas, porque lejos era donde él quería estar. Lejos de su familia, todo lo lejos posible para que aquel monstruo no pudiera hacerles daño.
Tras un tiempo, llegó Henry. Y las palabras que Victor pronunció, no podía esperárselas nadie.
“Vayámonos a la India.”
“¿Qué?”
“Primero a Inglaterra. Allí buscaremos un barco a la India. Siempre has querido ir, ¿cierto? Pues vámonos.”
“Victor, cálmate. La fiebre habla por ti. Necesitas recuperarte y volver en ti. Tu familia te necesita, y Elizabeth-”
“Necesito irme de aquí.”
No hubo más discusión al respecto, al menos no con Henry. La familia de Victor se mostró muy en desacuerdo con su repentina propuesta de viaje, especialmente Elizabeth, que una vez más rogó a Victor que no se separase de su lado, que por favor recapacitase y se diera cuenta de qué era lo verdaderamente importante... Luego su ira se volvió contra Clerval, al que culpó de la decisión de Victor, objetando que le había metido ideas raras estando en un momento vulnerable.
Aquella fue la última pelea entre Henry y Elizabeth, pero fue la más brutal de todas ellas. Elizabeth le echó en cara que nunca mirase por el bien de Victor, que siempre le permitiera hacer todas sus locuras e incluso que fuera él el instigante de ellas. A cambio, Henry recriminó la obsesión de Elizabeth con atarse a Victor, con querer siempre retenerle y mantenerle a su lado,
Incapaz de decir nada, Victor sólo observó la pelea, como si los que se gritaban entre sí fueran para él dos completos extraños, y no aquellos por los que su corazón se dividía.
Al final, cualquier súplica de Elizabeth fue inútil, y a la semana siguiente Victor y Henry partían hacia Inglaterra. A pesar de lo extraña y repentina que había sido la petición de Victor, el entusiasmo de Henry por cumplir su viejo sueño de viajar a la India se había disparado, y el hombre apenas podía mantenerse quieto durante su travesía.
“Cuando desembarquemos”, comentaba Victor, “, dejo en tus manos la tarea de encontrarnos pasaje a la India. Uno de mis viejos profesores de Ingolstadt se retiró a una villa cercana a la zona... Tenía intención de visitarle... Apenas me llevará unos días, a lo sumo.
“¿Eh? Puedo acompañarte, si lo deseas. Quizá no compartamos las mismas pasiones en el ámbito académico, pero cualquier profesor al que tú decidas prestar atención tiene que ser una eminencia... No me perdería una de sus lecciones.”
“Nada de lecciones, apenas será una visita informal... Y, de todas formas, si hubiera de discutir con él sobre cualquiera de sus antiguas lecciones, tú no ibas a enterarte de la misa la media. Tu mente es brillante, amigo mío, pero en otros términos. Ah, pero si deseas oírme hablar de medicina, puedo hacerte una larga explicación sobre los últimos avances en neurología y la disección del cereb-”
“No gracias.”
Asustándole a base de amenazas sobre largas charlas de medicina, Victor consiguió desviar la atención de Henry sobre aquel asunto. Aunque las dudas de su amigo volvieron cuando, una vez desembarcados finalmente en tierras inglesas, Victor insistió que debía ir a visitar a su muy querido profesor.
“Volveré a tu lado en unos días, Henry. Y después partiremos hacia la India. El viaje será largo y en su discurso podremos disfrutar de nuestra compañía mutua. Una vez lleguemos allá, el mundo es nuestro para hacer lo que tú desees.”
“¿Y después? Quién sabe si quizá me enamore de ese lugar y sus gentes, sus tradiciones y costumbres. Quizá quiera quedarme allí por siempre. Pero tú...”
“Pero yo, he de volver. Y en el momento en el que vuelva a Ginebra, pienso al fin poner fin a la larga espera de Elizabeth.”
“Oh.”
“Es el tipo de amor que ella espera de mí. Tu sueño es viajar a la India. El suyo, unirse a mí en matrimonio. No dudes ni por un solo instante que-”
“No lo dudo. No lo dudo, porque estás aquí, conmigo, y sólo tengo que extender mi mano para rozar tu piel. No lo dudo porque conozco el ritmo con el que tu corazón late, y cómo al combinarse con el mío, se crea la melodía perfecta. De igual forma, no dudo que serás un marido estupendo. Para Elizabeth. Pero, ¿es esto lo que realmente deseas, am-, amigo, mi buen amigo? La India es mi fantasía, el matrimonio es la de Elizabeth. ¿Qué hay de ti? Si hablas de sueños, ¿cuál es el tuyo?”
“Mi sueño, Henry, se cumplió en Ingolstadt.”
Desde entonces, vivo en una pesadilla, le faltó por decir, pero aquellas palabras se quedaron encerradas en el silencio, igual que tantas otras que ambos hombres hubieran querido intercambiar. Una despedida y un fuerte, firme, abrazo, y Henry Clerval se alejó en dirección a su muerte.
Victor Frankenstein, por su cuenta, tenía otras cosas por hacer. No visitar a ningún profesor suyo, desde luego, apenas se acordaba de los rostros y nombres de aquellos carcamales que tanto se habían carcajeado a su costa. Victor tenía su propio plan, en un islote no demasiado alejado de la costa, donde antaño habían vivido viejos amigos de su padre. Tras la muerte de prácticamente toda la familia a causa de la enfermedad, la única hija superviviente había abandonado la villa entre lágrimas para ir a casarse con un hombre que pudiera mantener sus extravagantes gustos, y la villa había quedado abandonada y lista para que alguien a quién no le importase viajar en barco frecuentemente la reclamase para sí.
Esa fue la suerte de Victor, que convenció a un pescador de que le acercase al islote a cambio de algunas monedas, y allí se bajó listo para cometer, una vez más, el crimen más nefasto y horrendo que un hombre puede cometer.
La criatura había pedido de él una compañera. Con esa condición, se alejaría de él y de su familia, del resto del mundo. Estaba claro que, de haber una posibilidad de poder deshacerse del daemon, aquella iba a ser la mejor que Frankenstein iba a encontrar. Así que, con su instrumental en mano y recordando muy a su pesar los pasos para realizar la peligrosa operación, se puso manos a la obra.
Después de abrir la puerta de la casa con un ladrillo, claro está.
Y de desenterrar del patio trasero los cuerpos de la fallecida familia. Desafortunadamente, la hija superviviente había sido la menor, la más joven, con apenas unos años más que el propio Victos. Pero tenían otra hija. Y la madre allí descansaba también. Y el servicio de la casa, no tan lejos, aunque en mucho peores condiciones, pero aún pudieran reciclarse partes de ellos para el cuerpo de la segunda criatura.
Camisa remangada, botas llenas de barro y el olor ya más que familiar de la podredumbre en el ambiente, Victor comenzó a trabajar desde el primer minuto, sin permitirse ningún tipo de descanso. Cuanto antes acabase con aquello, antes terminaría la pesadilla.
El cansancio físico, y mental, de aquello, no tardó mucho en pasar factura a Victor, sin embargo. Eso, y el horror que sentía con cada una de sus acciones. Donde con su primera creación la curiosidad científica le había dotado de una fuerza hercúlea para llevar a cabo su trabajo imposible, el terror del conocimiento de lo que estaba por venir hacía que las pocas fuerzas que tenía fueran disminuyendo a cantidades abismales cada vez que su aguja perforaba piel o su escalpelo la cortaba.
El hecho de tener que donar su propia sangre para la nueva criatura, siendo que no podía depender de la morgue de la universidad para ese tipo de recursos, tampoco ayudaba demasiado. No pasaron muchas horas hasta que rompió la fiebre, y desde allí todo fue a peor en lo que Victor realizaba su cirugía.
A pesar de las amenazas del monstruo, una voz en la cabeza de Victor le rogaba que no terminase a aquella criatura. Le decía lo muy peligroso que era aquello, planteaba mil cuestiones en su cabeza.
¿Quedaría el daemon verdaderamente satisfecho por aquello? ¿Cumpliría su promesa de desaparecer para siempre? ¿Mataría a Victor una vez tuviera lo que quería? ¿Exigiría más de él? ¿Le gustaría su compañera, la rechazaría? ¿Su compañera aceptaría vivir con él para siempre? ¿Y si la mujer daemon tenía sus propias intenciones y aspiraciones? ¿Y si no se llevaban bien, y si el monstruo quedaba insatisfecho por ello? ¿Y si, aunque le estaba creando un cuerpo femenino la nueva criatura resultaba ser varón, aceptaría el daemon a la segunda criatura como compañía? ¿Y si directamente esta criatura mataba a Victor? ¿Y si escapaba antes de que pudiera llevarla frente al daemon? ¿Y si llegaba a tierra y encontraba a Henry? ¿Y si mataba a Henry? Es culpa mía que William muriera y voy a causar la muerte de Henry de la misma manera. ¿Y si el monstruo se hacía público, y comenzaba a aterrar a la población? ¿Y qué pasaba en el caso de que ambas criaturas se aceptasen mutuamente, qué las detenía en aterrorizar al mundo entero en unísono? ¿Y si aquellas cosas eran capaces de criar más engendros como los suyos? Todo esto es culpa mía, todo, todo, TODO, TODO. Las criaturas son demasiado imprevisibles, pero quizá pudiera criar a esta por un camino mejor que el que el daemon había decidido llevar. Pero, no, no quería hacer eso, simplemente quería deshacerse del daemon veteveteveteveteveteVETEVETEVETEVETE MUÉRETE ¿Soy yo el que se tiene que morir, es el daemon? Esta cosa no puede vivir no puedo dejarle vivir no puedo permitirlo no puedo dejar que William-, William, lo siento William esto es culpa mía y Justine y todo, todo, por qué, por qué estoy haciendo esto ¿POR QUÉ? Tengo que deshacerme de esta cosa, esta cosa no puede vivir nunca ha estado viva Nunca tendría que haber creado al daemon ¿Por qué se me permitió hacer eso, por qué se me dio este conocimiento? Madre. La criatura no puede vivir ninguna de ellas debe vivir MATA ¿Puede considerarse muerte si nunca ha llegado a estar vivo? ¿Dónde está Henry? ¿Qué pasa si lo hago? Tengo que hacerlo. No puedo dejar que viva. MUÉRETE MUÉRETE MUÉRETE. Tengo que deshacerme del daemon. Esto no está bien. Es culpa mía, esto es culpa mía. ¿Y qué pasa si esta criatura no consiente que haya vendido su compañía al daemon? ¿Y si es sensible e inteligente? No puedo arruinar su vida. Es un monstruo. Ya he arruinado muchas vidas. Justine. Tengo que solucionar esto. No puede vivir. No puedo ceder. Tengo que matar a la criatura.
Antes de que pudiera darse cuenta de que lo estaba haciendo, Victor se encontró apuñalando el cuerpo a medio construir. En un momento de pura desesperación, la mente perdió control del cuerpo y se ensañó con el cadáver, causando una sangría con su propia sangre donada, destrozando carne y hueso según volcaba en aquella criatura todo el horror que le había atormentado desde el momento en el que el daemon había abierto los ojos.
Acabó Victor en el sueño, sollozando sin fuerzas, cubierto de sangre de pies a cabeza y rodeado de entrañas, carne y músculo destrozado. Quisiera o no, jamás podría acabar aquella creación. Nunca podría volver a cometer el mismo crimen que le había puesto en aquella situación. Era simplemente imposible.
Y al entender lo que eso significaba, Victor no pudo más que llorar, arañar su propia piel y abrir en ella caminos de carmesí; golpearse contra las paredes en un intento vano de calmar su mente, destrozar la habitación entera volcando estanterías con una fuerza que ni él mismo se esperaba, arrancando páginas de libros o incluso partiendolos por la mitad, tirando cada pieza de instrumental al sueño sin importarle las esquirlas de cristal, hasta que una le saltó a la mejilla, abriendo un profundo corte, y eso hizo que su ataque de ira remitiese para volver a caer al suelo en un ovillo de llantos y sollozos.
Cuando sea que fuere que Victor volviera en sí, quién sabe si de inmediato, a la hora, o tres días después, al ver el estado de la habitación, todo lo que escapó de sus labios fue un único y triste gemido.
No podría cumplir la petición del daemon. Eso significaba que sus seres queridos iban a pagar el precio.
Empezando por Henry.
Su cuerpo se movió como el de una marioneta, dirigida por hilos invisibles de los que él no tenía ningún control, mientras que recogió como pudo los restos aún salvables de la barbarie que había cometido con aquella mezcolanza de cuerpos, metiéndolos en una saca que llevó consigo mientras salía de la casa.
Debía volver a tierra, de forma inmediata. Debía encontrar a Henry y advertirle del peligro. Incluso si no le creía, incluso si le pensaba loco, incluso si al conocer la verdad le odiaba para siempre, Henry iba a ser la primera víctima, y Victor no podría seguir adelante si se sabía culpable de la muerte de su amigo.
En el mismo muelle en el que había llegado a la isla vete a saber cuánto tiempo atrás (imposible de saber, puesto que había perdido toda percepción del tiempo en cuanto se había centrado en su trabajo), había un pequeño barco de remos. Que, en su momento, Victor había pensado “Ah, sí, este barco de remos y yo contra el universo entero, ¡adoro remar!, será un viaje largo pero podré usarlo para llegar a tierra sin llamar la atención de nadie”. En aquellos momentos, la presencia de la pequeña barca parecía un insulto directo a Victor.
Cargó en la barca el saco, se cargó a sí mismo, y echó a remar en dirección a la tierra que se veía en el horizonte. Vagamente, se veía vagamente en verdad, porque era noche cerrada, más oscura que la boca de un lobo, y caía la lluvia como si los cielos se hubieran echado a llorar por la tragedia que estaba resultando ser la vida de Victor Frankenstein.
Pero eso no importaba, porque él tenía que llegar a tierra y tenía que encontrar a Henry. De modo que echó a remar.
No tardó ni cinco minutos en darse cuenta de que aquello iba a ser poco menos que imposible. Enfrentándose a la lluvia, que comenzaba a convertirse en tempestad, la fuerza con la que él podía llegar a remar no tenía efecto alguno en el rumbo de la embarcación. Arrojó en cuanto se alejó de la costa el saco con el resultado de su nefasto intento de crear una segunda criatura, deshaciéndose de las pruebas o de los restos en caso de que a alguien se le ocurriera intentar replicar sus pasos, confiando en que el fondo marino se encargaría de borrar toda evidencia.
Y al tirar el saco al agua, se dio cuenta de algo preocupante, y era que su barca improvisada estaba haciendo aguas. El grito de frustración que lanzó hubiera podido escucharse bien en la distancia, de no ser por el retumbar de un trueno que lo camufló entre la tormenta.
Rindiéndose en cualquier intento de dirigir el barco, se afanó en tratar de achicar el agua como bien (mal) pudo, pero el vaivén continuo de la barca entre las olas enfurecidas, el peso del diluvio cayendo sobre él, y la extenuación a la que había sometido su cuerpo durante los últimos días hicieron de su tarea algo bastante ineficiente: Ese barco iba a hundirse, hiciera Victor lo que hiciera.
Así que Victor se rindió. Se dejó caer sobre el suelo de la barca, cruzó los brazos y lanzó a los cielos una última mirada de desafío, mientras que el agua comenzaba a subir.
Que cómo fue que volvió a abrir los ojos de nuevo, es un misterio que desafía toda lógica.
El caso es, que lo hizo. Aún empapado con el agua marina y sintiendo la irritación de la arena en el interior de su ropa, aún manchado con las salpicaduras de sangre que el agua no había logrado quitar y oliendo a muerte.
Pero estaba vivo. Y, bajo techo. Reposado sobre una cama incómoda en una habitación incómoda, con la luz de la mañana filtrándose entre los barrotes de la ventana de su celda.
Celda, porque Victor tardó poco en darse cuenta de que estaba encerrado. Y al mirar en todas direcciones, tratando de encontrar una pista sobre qué era lo que había ocurrido, cómo había llegado hasta allí y quién le tenía apresado, encontró que una de las paredes de la habitación eran meramente barrotes, y al otro lado vio que montaban guardia dos alguaciles, uno de ellos vigilando con curiosidad al extraño tipo que habían pescado en la costa.
“¿Dónde estoy? ¿Qué ha ocurrido? ¿Qué ha sido de mí?”
“Oi ya bastard, what are you mumbling’ ‘bout? Speak loud and do it in the King’s tongue, for God’s sake!”
De alguna forma, había llegado a costas inglesas. Aún bastante desubicado por su situación, trató de hacerse entender con los guardias de forma que uno de sus rangos superiores acudiese a verle, a fin de explicar mejor su situación.
“¿Tu nombre es?”
“Victor Frankenstein, de Ginebra, Sir.”
“Lejos de casa, ¿eh? ¿Qué hace un ginebrino por aquí?”
“Buscaba pasaje para viajar a la India, Sir. Soy estudiante de Lenguas Orientales en Ingolstadt. Quería experimentar la cultura en mis propias carnes.”
“Hm. Bueno, pues por ahora no te vas a ir a la India, ni a ningún otro lugar. Te encontramos en la playa medio muerto y lleno de sangre. ¿Alguna explicación para eso, muchacho?”
“Ninguna que yo pueda darle. Tuve un accidente en altamar, naufragué. En cuanto a la sangre... Será mía, posiblemente.”
“Mira por dónde que lo dudo. Tú vas a acompañarme. No eres el único cuerpo varado en la playa que nos hemos encontrado, y algo me dice, mi viejo instinto de detective, quizá tú sepas algo... ¡Abridle la puerta! Y no os preocupéis que este no se va a ninguna parte... Que casi no se puede tener en pie.”
Siguiendo a aquel hombre, Victor descubrió que no estaba en un calabozo cualquiera, sino que aquel sitio parecía una oficia en condiciones, y había tenido la suerte de haber sido rescatado por las fuerzas del orden. Escuchaba sólo a medias al hombre parlotear para sí sobre quién fuera que fueran a ver, pero a Victor le costaba mantener la concentración. Una fuerte migraña le avisaba de que su cuerpo estaba al borde del colapso, y podía sentir en él todos los síntomas de una de sus infames fiebres, de esas que le mantenían en cama durante días gritándole a la nada y sufriendo delirios.
No se dio cuenta de nada, pues, hasta que no leyó la placa de mármol sobre la puerta de la habitación en la que entraron, donde ponía “Capilla”.
Y allí le encontró. Rizos oscuros enmarcando un rostro sereno de ojos cerrados y una sonrisa leve en la cara como si estuviera en paz, pero que no enseñaba esos tan atractivos hoyuelos en los que Victor se había perdido tantas veces. Su cabeza reposaba en un lecho de flores , algunas de ellas adornando su cabello, el resto de su cuerpo confinado en una caja de madera oscura y restrictiva, ajustada al ancho de sus hombros y al largo de sus piernas.
El recuerdo de la noche anterior apareció en la mente de Victor. La sensación de ahogo producida por, bueno, el estarse ahogando en el agua del mar, el cansancio de sus músculos al intentarse mantener a flote mientras la marea le acercaba la orilla, al fin, después de tanto tiempo varado en el mar. La oscuridad de la tormenta partida por un rayo, el sonido del trueno posterior sacudiendo sus huesos. Arena, al fin, escurridiza y áspera, desesperación mientras sus uñas se hundían en ella, mientras trataba de salir del agua, y una voz.
Una voz distante, tan lejana, y que hubiera sido imposible de escuchar en cualquier otra circunstancia entre lluvia y trueno, pero que él era incapaz de ignorar, porque era la voz que pertenecía a la única persona invadiendo su mente.
El cansancio no era suficiente para poder con él. Tenía que verle, tenía que avisarle, tenía que salvarle, del monstruo, la criatura, el daemon está-
Pasos apresurados en la arena, un golpe cuando sus rodillas impactaron contra el suelo, junto a él, la calidad de unas manos contrastando con el frío del mar y la desdicha, el abrazo amable y familiar, ojos oscuros llenos de preocupación y rizos que se rebelaban incluso ante el peso del agua.
“¡Pensaba que-
desparecido
barco que
¿¡Dónde...!?
¡Dicho nada!
¿Qué ha...?
Victor
... por favor.
¡VICTOR!
... conmigo...”
Al borde de la inconsciencia, con un rayo impactando en la distancia, con una chispa de luz, se encontraron dos pares de ojos. Uno de ellos, se mantuvo en el hombre que tenía en brazos. El otro, se perdió en la distancia, detrás, en aquella figura oscura.
Cerca.
Cada vez más.
Está aquí.
Ha venido.
Y no puedes hacer nada para evitarlo.
“... huye.”
“¿Qué?”
“De... él...”
Y en el momento en el que aquel par de ojos oscuros abandonaron a su amigo, en el momento en el que giró para ver detrás de él, y en el momento en el que el horror pintó su rostro, fue el momento en el que, en aquella playa, Henry Clerval perdió la vida, y con ella, Victor Frankenstein perdió la razón para conservar la suya.
Frente al ataúd de Henry, en un instante mudo, al siguiente gritando como si un buitre devorase sus entrañas, Victor Frankenstein sintió cómo su alma se partía en dos y una mitad se perdía para siempre. Su cordura, la poca que le quedaba, escapó de entre sus dedos cuando él cayó de rodillas sobre el suelo de mármol, y en el golpe de él salieron y por el suelo se desperdigaron todas sus emociones más allá de la ira, la tristeza, la desesperanza; y nunca más volvieron a encontrarse.
En aquella ocasión, el ataque de histeria de Victor alcanzó magnitudes que superaban infinitamente a los ataques que había tenido en el pasado.
Pasó semanas llorando, gritando y perdiendo la cabeza. Sin comer, sin dormir, sin nada más que gritar hasta que perdió la voz y aún así continuó con ello. Al sótano le llevaron, a lo más profundo del calabozo, y allí le encerraron, encadenado a una pared de la que no se movió hasta que, mucho tiempo después, un médico acudió a él para corroborar su muerte. Pero aquel hombre, su cuerpo al menos, no estaba muerto. Su corazón destrozado aún seguía latiendo, cada bombeo siendo una puñalada de dolor en el pecho de su dueño; y su respiración aún dificultada por más razones de las que se pueden nombrar seguía manteniéndole con vida.
Sólo con una sedación potente y diaria lograron que aquel loco descansase al fin, manteniéndole aturdido y atontado para que no pudiera volver a gritar, forzándole a comer y a beber y dejando que su cuerpo tratase de reponerse de la fiebres que nunca le abandonaban.
Un mes pasó hasta que alguien logró arrancar una palabra de los labios del hombre: “Henry”. Y más semanas pasaron hasta que al fin consiguieron, a pesar del dolor, del cansancio y de la droga, arrancarle poco a poco información sobre quién era el muerto, qué relación tenía Victor con él, y dónde estaba su familia para poder informarles de la muerte del muchacho. Victor era la única persona capaz de haber cometido el delito, y su locura hacía dudar a cualquiera de que el hombre hubiera podido haber estado nunca en sus cabales, pero por su reacción, era obvio, a todo aquel que tuviera ojos en la cara y sangre en las venas... Que aquel hombre no había podido ser el que matase a su amigo.
Más tiempo costó hasta que al final lograron arrancar de Victor información útil. Y cuando consiguieron esta, mandaron correo a la casa de los Frankenstein en Ginebra. Y, tan pronto como pudo, en aquella prisión se presentó Alphonse Frankenstein preguntando por su hijo.
Lo que encontró aquel hombre fue realmente la sombra de lo que había sido Victor. Lo que vieron sus ojos fue algo que ningún padre debería ver jamás en un hijo. Pero cuando llegó a él, y le abrazó como no le había abrazado desde la infancia, la mente de Victor se aclaró por primera vez desde la muerte de Henry.
Se aclaró, pero no volvió a ser lo que era, ni nunca volvería a serlo. Alphonse se encargó de llevar a su hijo a casa de nuevo, una vez aclarada la situación con los responsables de su encierro, y durante todo el camino trató de cuidar de él como mejor sabía. Nada de lo que él podía hacer era capaz de devolver una sonrisa al rostro de su hijo, o a causarle mayor reacción que un murmullo o un sollozo. Perdiendo a Henry, Victor parecía haber perdido algo más, algo irreemplazable, y Alphonse no supo cómo consolarle ante ello. Decidió dejarlo, a su llegada a Ginebra, en las manos de Elizabeth.
Las manos que se agarraron al rostro de Victor en cuanto le vieron llegar, para poder mirarle a los ojos llenos nada más que de tristeza, y sólo con eso rompió Elizabeth a llorar con él, por todo lo que se había perdido en aquel viaje. No se lo reprochó, aunque en el fondo quisiera hacerlo, no se atrevió a cuestionar nada sobre la muerte del que durante tantos años había sido amigo, enemigo, confidente, compañía indeseada y tantas cosas más. En aquellos momentos, Victor poco más podía hacer más que dejarse caer en los cuidados y atenciones de Elizabeth.
Se volvieron inseparables, más incluso que como lo habían sido en la infancia. Elizabeth no se retiraba de su lado en ningún momento, y Victor se mostraba visiblemente inquieto en el momento que ella se alejaba. El láudano calmaba su mente, el alcohol relajaba su cuerpo, pero era Elizabeth la única droga que le hacía sentirse aún humano, más que un cascarón vacío hecho de hueso y carne, no tan distinto de aquel monstruo horrible que Victor tanto temía y odiaba.
En este estado entre el delirio y la catatonia, con Elizabeth como el único pilar sosteniendo los cielos para que a Victor no se le viniera el mundo encima y le aplastase, en ese momento, fue cuando aquello inevitable y tantas veces retrasado ocurrió finalmente.
“Victor. Quiero estar a tu lado para siempre. Quiero ayudarte para siempre. Quiero ser todo ello que te dé fuerzas. No pretendo, no se me ocurriría tratar de ocupar su lugar a tu lado. Sé que eso no puedo hacerlo, y no querría. Lo que quiero es poder permanecer junto a ti, dándote fuerzas, hasta que se me acaben las mías, hasta que ya no pueda cuidarte más. Quiero vivir junto a ti, y morir contigo. Todo lo que nos quede de vida. Quiero estar ahí en el momento en el que vuelva tu sonrisa, que sé que volverá. Quiero ser yo quien te dé una nueva alegría, una vida nueva después de todas las que hemos perdido. Victor, quiero, de verdad quiero, hacerte feliz, y ser yo feliz a tu lado. Así que, por favor. Por favor, casémonos, Victor.”
Y al mes siguiente, sonaban campanas de boda. La ceremonia fue pequeña, desde luego no el bullicio con el que Elizabeth había soñado siempre, pero aquello era lo de menos, para ella lo importante era el enlace con el hombre al que había amado desde hacía tanto tiempo. Vestida de blanco, rodeada de sus seres amados, mirando fijamente a los ojos del amor de su vida mientras su mente apenas registraba los votos siendo leídos, aquel fue el mejor último día de la vida de Elizabeth Frankenstein.
Y, a pesar de todo. A pesar de la expresión templada que ocupaba su rostro en todo momento, a pesar de los susurros malintencionados que acompañaron al evento, a pesar de que su mente aún la ocupaba la memoria de otra persona, fue también para Victor una última oportunidad para ser feliz.
Casi parecía que su vida tenía un ápice de normalidad cuando su mano se entrelazaba con la de Elizabeth al intercambiar las alianzas, su pecho se llenaba de vida a cada beso compartido con la que ahora era su mujer, de sus labios escapó la primera carcajada en meses, seca y rasposa en su garganta, al ver a Elizabeth recoger los bajos de su vestido para intentar bailar. Y eso, en retorno, hacía a Elizabeth más feliz que a nadie en el mundo.
Su felicidad, contagiosa, se alimentaba mutuamente. Y, por un instante, apenas por un instante, a Victor se le olvidó completamente la amenaza que ataba una soga alrededor del cuello de Elizabeth.
El recordatorio forzoso vino aquella noche. Mientras que Victor había rechazado la idea de un viaje para su noche de novios, poniendo su mala salud como excusa para ello, sí había accedido (cómo negarse, cuando a Elizabeth parecía a entusiasmarle tanto la idea), a un corto viaje navegando las aguas del Lemán. Apenas serían unos días en los que poder disfrutar de su compañía mutua, disfrutando de las vistas desde el lago, de una comida de fábula y de un momento de calma tras aquellos turbulentos meses. Para Elizabeth, que apenas había salido de Ginebra, la experiencia ya era por sí más que suficiente, pero era la compañía (la de su marido), la que verdaderamente merecía la pena.
“Y aunque llevemos toda la vida juntos, este es un nuevo comienzo.”, decía ella, entrelazando sus dedos con los de él, sintiendo el metal de su alianza contra la piel. “Ahora, ven. Si me lo permites, esta noche deseo disfrutarte.”
“Dame un momento.”, fue su respuesta. “Necesito un... instante de reflexión.”
“Bueno... Reflexiona un rato, si quieres... Me dará tiempo a prepararme un poco. Tenemos tiempo, y quiero que este tiempo sea para ti y para mí. Para nosotros. Sé que... Sé que esto no era lo que tú querías, pero-”
“No, detente. Quería esto, por supuesto que sí. Pero quizá no de esta manera, no... No así. Pero, Elizabeth. No dudes por un sólo instante que todo el amor que has puesto en mí todos estos años, yo te lo devuelvo. Y me haces el hombre más feliz en la tierra al querer, pese a todo, querer pasar el resto de tus días conmigo. Y yo-, yo espero... Yo espero, algún día, de verdad, poder mejorar... Poder ser el hombre que quiero ser para ti.”
“Amor, eres tú. Y eso es todo lo que yo quiero, a ti. Que estés aquí, conmigo, que me ames con el mismo amor que yo tengo por ti, eso lo es todo para mí. Necesitas tiempo para sanar, porque un corazón roto no lo cura más que el tiempo, si eso. Yo deseo estar contigo a cada paso que des, deseo es el pilar en el que te apoyes. Juntos, amor, podremos con todo. Tómate en sanar el tiempo que necesites. Yo siempre, siempre estaré allí por ti.”
“De acuerdo. Un instante, entonces, y a ti me entregaré por completo.”
“Oh, pero no hace falta que te entregues. Sé que ya te tengo en mis manos.”
“¿Es propio que hables así de tu marido?”
“Es nuestra noche de bodas y hoy, Señor Frankenstein, deseo ser impropia.”
“Y sus deseos son órdenes para mí, Señora Frankenstein. Ben, dame un momento que apure mi bebida, e iré tras ti. Y, Elizabeth.
>>Gracias, gracias por amarme.”
Una sonrisa cómplice compartida entre ambos, y una puerta que les separó, entre el dormitorio y la sala de estar de su habitación.
Una copa, que sirvió Víctor, un coñac de olor fuerte y olor similar que Victor quiso usar como valentía, en lo que su pulso se aceleraba, pero no por el deseo sino por el terror.
Una bala, que cargó en el arma que había llevado consigo en su luna de miel, un regalo de su padre (una excentricidad, verdaderamente) cuando había viajado por primera vez a Ingolstadt para mantenerle a salvo, con sus iniciales grabadas a un lado de la empuñadura. Sólo una sería necesaria, esperaba él, porque sabía que de encontrarse con el daemon, su cuerpo se paralizaría y le sería imposible cargar un segundo disparo.
Un grito de terror que rompió la noche, rompió a Victor Frankenstein y rompió la ilusión vana que aquel día había creado de que quizá, tal vez, en algún momento pudiera tener una vida tranquila.
Corrió a la puerta y la abrió de inmediato, el arma que tenía en la mano no encontró objetivo, más que una ventana abierta por donde la brisa hacía mover una cortina que, vagamente, recordaba a un pañuelo agitado en despedida.
En la cama de matrimonio en el centro de la estancia, las sábanas se manchaban de rojo. También su vestido, su piel pálida y sus cabellos rubios esparcidos sobre la almohada. A pesar del grito, uno de puro terror, un grito que sólo podía avecinar la muerte, en su rostro había una expresión calmada, tranquila.
Inerte, y nada que ver con la alegría que aquel rostro había mostrado a lo largo del día, la tan inmensa felicidad que había sentido ella al, por fin, unirse al hombre al que amaba.
El mismo hombre, viudo ahora, que lloraba la muerte de su otro medio corazón, y que perdía toda esperanza de volver a ser, en algún momento, humano.
El personal del barco, alertados por el grito, encontró a Victor y le salvó (o quizá le condenó) de dispararse a sí mismo en la sien con aquel tan inútil arma. Al ver la escena teñida de rojo, el vestido nupcial que había perdido toda su inocencia en un instante, al ver las tripas de la mujer abiertas sobre las sábanas, más de uno se desmayó, más de uno gritó, y uno, uno lloraba como ningún otro hombre ha llorado jamás.
Para Victor Frankenstein, se habían acabado las razones para vivir.
No debía ser el único que se sentía de esa manera. Alphonse, habiendo perdido una hija el mismo día en el que pensó que había recuperado a Victor, no pudo soportar tamaña tragedia, y su corazón, también roto, cedió en cuanto recibió la noticia. El uno junto al otro se enterraron en el mausoleo de la familia, junto a William, junto a Caroline.
Dos hermanos les enterraron. Victor, que se había quedado sin voz para gritar, sin lágrimas para llorar. Ernest, que acababa de perder a toda su familia porque, a sus ojos, el hombre que tenía al lado no podía ser el hermano que un día tuvo.
Victor despachó a todo el personal de la casa. Les dio las gracias por todos los años de servicio, les dijo que cogieran todo lo que quisieran, y que se fueran y se olvidasen de aquella casa y de la familia que le había habitado en su día.
A Ernest, sin consultarle siquiera, le alistó en la milicia, y le entregó una carta con su cuartel de destino tan pronto como pudo.
Ernest no la aceptó. No le dirigió una sola mirada. Sus ojos estaban fijos en los de el extraño que caminaba por los pasillos de su casa, ojos oscuros, hundidos, sin vida alguna, marcados por la falta de sueño y un profundo cansancio, y una profunda tristeza, y una sensación de tragedia y desesperanza que no podía ser natural en un ser humano.
“¿Qué es eso?”
“Vete. Cógelo y vete. Tan lejos como puedas. Aprende a usar un arma, aprende a protegerte. Allí estás seguro. Vete todo lo lejos que puedas de mí, vete a hacer la guerra, que será más segura que la tragedia que te aguarda si te quedas conmigo.”
“Tragedia. No, no, esto no es una tragedia. William, Justine, Clerval, Elizabeth, padre- Qué... ¿Qué les has hecho? ¿Has sido tú, Victor? ¿Les has matado tú?
>>Responde. ¡Responde, maldita sea! ¿¡Qué has hecho con mi hermano!? ¡Qué has hecho con mi familia! ¿Qué demonios puede ser que haya ocurrido, para que haya ocurrido una desgracia tras otra, tras otra, tras otra, ¡y tú las hayas sobrevivido todas!?
>>¿Has hecho un pacto con un diablo? ¿Te has convertido en uno? ¿Eres ahora un demonio, Victor? ¿Qué eres? Porque ya no eres humano. No, en ti no veo ni rastro de humanidad, en ti no queda nada del Victor que yo recuerdo, el Victor al que yo tanto quería. Delante de mí veo una sombra, un espectro, una ilusión hecha de polvo que va a derrumbarse con la primera brisa.
>>Y veo un monstruo, que no siente ni padece.
>>Te he perdido a ti también, ¿verdad? Moriste en Ingolstadt. Quién volvió no era mi hermano, sino un monstruo.
>>No respondes. ¿Por qué no respondes? ¡Niégalo, maldita sea! Dime que estás aquí, que sigues aquí, que estás conmigo. Dime que tengo un hermano. Dime que no estoy solo en este mundo. Te lo ruego. Te lo ruego, Victor. Vuelve a mí.”
“Vete. Y no vuelvas.”
Ernest tuvo que llorar la muerte de su último hermano, según recogía sus pertenencias y se marchaba, para siempre. Según le veía irse, Victor sólo pudo desear que su hermano pudiera llegar a ser feliz algún día. Tener una vida normal. Hacer carrera en la milicia o en cualquier otro sitio. Encontrar amigos que fueran para él la familia que Victor le había arrebatado. Encontrar a alguien a quién amar, para poder algún día formar su propia familia.
Ernest, el último de los Frankenstein. Qué fue de él, Victor jamás lo supo. Y así lo prefería, porque así podía imaginar a su hermano siendo feliz, en algún sitio, lejos de él, sin tener que verse acechado por ningún tipo de monstruo.
A los pocos días de que Ernest se marchara, la casa de los Frankenstein se vio envuelta en un violento incendio que la quemó hasta los cimientos. Otra desgracia para la familia, como si Dios mismo hubiera querido castigarles por, vete a saber por qué.
No se encontró el cuerpo de Victor Frankenstein, pero todo el mundo le dio por muerto. A fin de cuentas, después de perder a toda su familia, qué vida iba a quedarle aquel hombre. Posiblemente hubiera sido él mismo el que había provocado las llamas, en el intento de llevarse consigo cualquier recuerdo de la tragedia que había envuelto a su familia durante tanto tiempo.
Mientras la gente especulaba sobre qué habría podido ocurrirle, Victor se dedicó a cazar al daemon.
Tenía claro que debía acabar con él. Fuera como fuese, incluso si le costaba su propia vida (mejor). El daemon había acabado con todo lo que él amaba. Victor le había dotado de vida... Era su deber arrebatársela.
Escuchando reportes sobre avistamientos, sucesos extraños, siguiendo cualquier pista que pudiera indicarle hacia dónde se dirigía la criatura, Victor comenzó una persecución que le llevó hasta los límites del mundo conocido.
Comenzó huyendo hacia los Alpes, y luego continuó en dirección hacia el este, llegando hasta tierras otomanas. Desde allí subió hacia Rusia, pero no se decidió a cruzar los Urales, sino que cambió el destino en dirección a San Petersburgo, y desde allí exploró escandinavia hasta que se le ocurrió (y, de alguna forma, consiguió) unirse a la exploración polar y marchar hacia el Ártico.
Durante aquel tiempo estuvo poniendo a prueba a Victor de forma continua. No era casualidad que le hubiera arrastrado por los climas más extremos posibles, que le hubiera hecho caminar por las rutas más complicadas y con mayores peligros. El daemon parecía disfrutar de la persecución, de alguna forma retorcida, e incluso dejaba pistas de cuando en cuando para encaminar a Victor a su próximo destino. En ocasiones, Victor juraba haberle escuchado reírse en la distancia, haber escuchado sus burlas en los escasos momentos en los que podía permitirse cerrar los ojos, pensaba verle en las multitudes de las ciudades, sólo para verle desaparecer al instante siguiente.
Que si había perdido la cordura no era la pregunta, la cuestión era hasta qué punto su mente enferma estaba jugando con él. Fuera como fuere, Victor no se rindió en ningún momento, ni con la amenaza del clima, ni de los peligros de los caminos, ni con la idea de tener que pagar por zapatos nuevos cada pocas semanas.
Fue en el Ártico donde la persecución al fin llegó a la inevitable conclusión.
Victor llevaba semanas persiguiendo al daemon a través de la tormenta. La mitad de sus perros habían muerto ya a causa de las condiciones, y a los otros trataba de cuidarlos como mejor podía, pero Victor ya sabía que estaba condenado. No había avistado a la criatura desde hacía días... ¿Días? ¿Semanas? Era difícil de decir, allí. ¿Cuándo era la última vez que había comido, dormido? No podía permitirse descansar, porque cualquier respiro podía ser letal. Hablando de respiros, cada vez se le hacía más difícil respirar. Tras semanas en aquel desierto helado, la idea de haber pillado cualquier enfermedad era una obviedad más que otra cosa, sobre todo teniendo en cuenta que, sinceramente, su salud llevaba años resentida, y sus expediciones no habían hecho más que agravarla con el tiempo.
Victor estaba casi convencido de que iba a encontrar la muerte antes que al daemon. Bienvenida iba a ser ella, si le libraba al fin de aquella tortura autoimpuesta pos su demencia. Estaba tan, tan cansado. Sólo quería poner fin a aquello. No tenía expectativas de conseguir dar con el monstruo después de tanto tiempo. Sólo esperaba a que finalmente su respiración se detuviera para siempre.
Pero lo que ocurrió realmente fue que alguien le encontró a él: el capitán Robert Walton.
Walton era un explorador inglés con el sueño de dirigir una expedición en el Polo Norte, a fin de conquistar sus tierras heladas. Su tripulación, que había compartido su entusiasmo en un primer momento durante la partida, había ido perdiendo motivación poco a poco según el viaje se había hecho cada vez más duro, según aumentaba el frío y disminuían las raciones. Era un secreto a voces que se encontraban al borde del motín, con la idea de hacer volver el navío a Inglaterra como mejor alternativa que, bueno, morir en el hielo.
Durante su travesía, uno de los miembros de su tripulación encontró algo de lo más curioso en el hielo: un loco en un trineo tirado por perros claramente en sus últimas. Al dar voz de ello a su capitán, el buen Walton se interesó por aquel extraño individuo, y decidió invitarle a su navío.
O, más bien, sus hombres le rescataron de entre el hielo cuando Victor apenas mantenía un hilo de vida. No se pudo decir lo mismo de los perros, desgraciadamente. La poca conversación que lograron rescatarle al moribundo Victor fueron algunos balbuceos incomprensibles, antes de que el doctor de a bordo pusiera las manos sobre él y le prescribiera descanso inmediato.
Milagroso era que el frío no se hubiera llevado ni un solo de sus dedos, pero había logrado meterse en sus pulmones, causándole uno de los peores casos de pulmonía que nadie en ese barco había visto.
Días pasaron en los que Victor, de nuevo, se vio envuelto en una potente fiebre. Delirios sobre su viaje asolaban su mente, que se encontraba atrapada en algún rincón lejano, incapaz de comprender nada de lo que ocurriera a su alrededor. Walton encontró peculiar al hombre, y se encargó personalmente de asegurar su recuperación junto al médico, día y noche, escuchando sus extraños balbuceos y preguntándose, cada vez con más curiosidad, qué había llevado a aquel hombre a perderse él solo en la trampa mortal que eran aquellos hielos. Hasta que, aunque nadie esperaba que fuera a hacerlo, el hombre volvió a abrir los ojos de nuevo.
La fiebre aún le mantenía delirante, pero era un progreso. Consiguieron que empezase a comer poco a poco comidas cada vez más contundentes, y Walton incluso consiguió hablar con él.
“Mis hombres le encontraron entre los hielos, al borde de la muerte. No puedo evitar sino preguntar, ¿qué lleva a un hombre a poner su vida en peligro de esa manera?”
“Estoy buscando a una criatura. Huidiza y malintencionada, la persecución me ha traído hasta estas tierras insólitas.”
“¿Hasta aquí...? ¡Imposible!!
“Ya debe darse cuenta, capitán, que yo soy del más inusual de los hombres. Le diré que mi historia es igual de inusual. No me creería usted si se la contara, cuando a veces ni yo me creo ni a mí mismo.”
“Aún a riesgo de parecer impertinente, le ruego, cuénteme el por qué. Sea cual sea la razón que le tiene aquí arriba, en un lugar donde no le espera nada salvo la muerte certera.”
“No, capitán. Hay historias que deben enterrarse con el hombre, secretos que deben esconderse bajo la muerte.”
Aquella respuesta sólo hizo que el interés del capitán incrementase. Permaneció junto a Victor en lo que él se recuperaba, y a base de mantener largas conversaciones durante horas y compartir brandy para calentar el cuerpo y el espíritu, surgió entre los dos hombres la amistad. Victor escuchó sus problemas con el viaje, y le convenció, no sin esfuerzo, de que lo mejor que Walton podía hacer por su tripulación y por él mismo era volver a tierra, para salvarles a todos de una muerte casi segura. Y, a cambio, Walton le convenció de que compartiera con él su historia.
“De acuerdo.” Las palabras de Victor vinieron en compañía de un ruido que pisaba la frontera entre una risa y un ataque de tos. “Le contaré mi historia, Walton, si tanto le interesa. Pero le daré una última advertencia: no es una buena historia.”
Eso desde luego no detuvo a Walton. Escuchó a Frankenstein durante horas compartiendo la razón de su desgracia y desdicha, todos los infortunios que le habían perseguido a lo largo de su vida, y la razón por la que había decidido dar la vuelta y ser él el que persiguiera a la criatura ahora. Le contó cómo le había seguido la pista hasta esas tierras heladas, donde esperaba atraparle de una vez por todas para acabar con él, o esperaba que la muerte fuera a llevársele a él primero. Y Walton escuchó con atención, sin dudar de la historia ni un solo momento, ni en los pasajes más inverosímiles.
Cuando Victor terminó de contar la historia, Walton se encontró profundamente afectado por su relato, y se hizo la promesa a sí mismo de, más adelante, escribir aquellos hechos sobre el papel para que permanecieran guardados y recordados, para que la trágica historia de Frankenstein no quedase olvidada por el tiempo.
Después de contar el relato, la salud de Victor dio un giro a peor. Quizá porque revivir todo aquello le había debilitado, quizá porque al desahogarse se había escapado de su pecho las pocas fuerzas que le quedaban; su neumonía empeoró radicalmente. De forma súbita, repentina, y fatal.
Al día siguiente de dejar su historia en manos del capitán Walton, Victor Frankenstein murió. La causa, una complicada neumonía. El lugar, un navío en el Océano Ártico.
Y en el instante siguiente a que sus ojos se cerrasen para siempre y su alma abandonase su cuerpo en un último suspiro, la nave recibió a un visitante inesperado.
Con un grito agónico, una criatura de dos metros de alto, piel putrefacta, cabellos negros y ojos amrarillentos se abrió paso en el navío hasta el camarote del capitán, donde encontró el cuerpo de su fallecido padre. Su presencia sembró el pánico en la tripulación, que no entendían qué era aquella criatura, y sólo esperaban de ella la muerte.
El capitán, sin embargo, sabía algo más sobre aquella extraña criatura.
“Le has matado. Has sido tú, por tanto horror que le has causado. Defiendes ser humano, pero tus actos no tienen nada de ello.”
“¿Yo? Es él el culpable de toda su desgracia. Yo no pedí que me diera la vida. Lo único que le pedí fue que me diera a alguien con quién compartirla, y él me lo negó.”
“Y a cambio, tú le arrebataste todo lo que tenía. Le dejaste tan solo y abandonado como tú.”
“Nos teníamos el uno al otro. Lo único que ambos teníamos. Criador y criatura. Pese a todo, no deseaba su muerte. Anhelaba torturar su existencia, pero a la vez... A la vez, siempre quise que él decidiera ser quien me acompañase. Que él fuera no sólo mi creador, sino mi padre, mi guía, mi... Mi amigo.
>>Ahora, sin embargo. Ahora verdaderamente no me queda nada, ni nadie. Nadie en este mundo me aceptará, y sé que no me lo merezco, por haber causado el fin de mi propio padre. Tampoco lo quiero, tampoco lo necesito. Ahora que él está muerto, ya no tiene sentido mi existencia.
>>Es hora de ponerle fin. No me queda nada en este mundo, y la tortura de permanecer completamente solo en él me resulta incluso peor que la idea de la muerte. De modo que este es mi fin, este es nuestro fin, mío y de Frankenstein, y el fin de esta triste historia.”
Y antes de que Walton pudiera intervenir, cogió el monstruo el cuerpo de su creador, y se lo cargó en brazos, y fue hasta la cubierta y desde allí saltó a las aguas.
Y no volvió a surgir, sino que se hundió. Creador y criatura encontraron allí su fin, en aquellas aguas heladas.
O eso es, al menos, lo que cuenta Mary Shelley.
La verdad, desafortunadamente, es otra.
Aquel hombre no encontró respiro en la muerte. Aquel hombre no logró descansar su alma. Aquel hombre, sigue vivo.
Su nombre, quedó olvidado tiempo ha.
Hoy día, se le conoce como El Titiritero.
No hay palabras para explicar qué tan hasta las narices estoy de este señor. Ugh. Lo que más me ha costado de volver a escribir ha sido esto, de verdad menuda tortura autoimpuesta.
Pero bueno bueno bueno.
YA ESTÁ YA PASÓ.
Lo que significa que, ahora que tenemos todo el backstory y todo lo necesario... Aquí llega el Capítulo.
(Btw no hay separador de capítulo porque ahora mismo me da palo hacerlo pero ya vendrá worry not, simplemente imaginad en letras azules “CAPÍTULO 27 y luego abajo en pequeñito morado sobre fondo negro “El moderno Prometeo”)
Capítulo 27.1.-
Victor...
Frankenstein.
Victor Frankenstein.
¿Qué?
Reconozco el nombre, por supuesto que lo hago. Frankenstein es uno de los personajes de ficción más conocidos que hay, y... En séptimo, creo, me hicieron leerme el libro para mi clase de Literatura.
Pero eso es lo que ha sido siempre. Un personaje de ficción, no... No una persona de carne y hueso. Como Peter Pan, como Jack Sparrow, como Luffy..
Después de mi estancia en Eldarya, algo como esto no debería sorprenderme tanto como lo hace. Y, sin embargo, la idea de que... De que el hombre que tengo frente a mí pueda ser Victor Frankenstein, el Victor Frankenstein me resulta todavía más irreal que la existencia de dragones, anémonas gigantes, estrellas con forma humana y gatos bípedos parlantes.
El roce suave de su pulgar acariciando mi labio inferior, con su mano aún sosteniendo mi barbilla, me devuelve a la realidad, a pesar del torbellino en mi mente.
-Imagino que tienes muchas preguntas -Habla. Hasta su voz resulta diferente ahora mismo, como si viniera de otra persona. A lo mejor es que estoy teniendo un derrame cerebral sin darme cuenta-. Pareces sorprendido. ¿Asumo que no esperabas algo así?
No. No, ni en mil años. Nunca hubiera imaginado algo así.
Victor Frankenstein.
Me doy cuenta de que para que entienda lo que estoy pensando tengo que verbalizar mis ideas, y trato de hablar pero mi voz se traba. Él espera con paciencia y con una sonrisa entretenida en el rostro, todavía acariciando mi labio con un movimiento suave, hasta que hablo y fuerzo a que el gesto se interrumpa.
-E... ¿Es de verdad?
Sonaré estúpido, quizá porque soy estúpido y ahora mismo me siento estúpido, pero es la única pregunta que se me ocurre hacer.
Él se ríe.
-Sí -Asiente.
-El... El del libro...
-El mismo.
-Eres... real...
-De carne y hueso. Oh, no esperaba semejante reacción por tu parte, la verdad. Quizá sea porque eres la primera persona que conoce mi nombre a la vez siendo consciente de qué es lo que ello significa... Admito que ni yo mismo sé hasta qué punto ese... Libro, ha tenido influencia en el mundo humano.
-El libro... -Palabras, Hiiro, palabras. Intenta concatenar más de dos seguidas, a ver si puedes- ¿Es verdad? Lo que dice...
-Algunos detalles están embellecidos, y hay otros que han sido cambiados a conveniencia de la autora... Pero a lo que te refieres...
>>Sí. Es real.
>>Hace alrededor de doscientos veinte años... Fui capaz de crear vida.
Hay un brillo perverso en su mirada cuando dice esas palabras. Una sensación de orgullo que rezuma de él. Crear vida... La historia la conoce todo el mundo. Victor Frankenstein, el prototipo de científico loco, demasiado preocupado con la idea de crear vida y jugar a ser dios como para cuestionar la moralidad de sus propias acciones. El ejemplo perfecto de “pensar en cómo debe hacerse, sin pensar primero si debe hacerse”.
En cuanto esa pieza encaja en mi cabeza, todo cobra sentido.
Por supuesto que es él. Victor Frankenstein, el moderno Prometeo. ¿Quién sino alguien como él iba a hacer crecer cultivos en una tierra infértil? El único hombre que conoce el secreto para dotar de vida un cuerpo muerto. Anrie, Anrie es la pura imagen de lo que en el imaginario es el monstruo de Frankenstein, con un cuerpo hecho de partes de lo que parecen ser varias personas distintas. Por supuesto que habla tantos idiomas, porque es un hombre de estudios en la Europa del siglo XVIII, por supuesto que está obsesionado con la alquimia, la ópera y los sombreros de copa.
Aún hay cosas que no entiendo. Pero esto sí lo entiendo.
Y tiene completo sentido.
-Mis notas no se acercaban ni siquiera a la realidad -Confieso, en un murmullo, el pensamiento prácticamente escapando de mi mente sin permiso.
-¿Guardabas notas sobre mi identidad? -Se ríe con eso- Qué adorable. Me siento halagado. ¿A dónde te llevaban tus indicios?
-Colonialismo británico, cerca de la época victoriana -Admito, no sin algo de rabia al saber que todas mis notas no han servido de nada porque nunca se me hubiera ocurrido pensar en un personaje de un libro de supuesta ficción-. Mencionaste la India en algún momento, así que pensé en el Raj Británico, algo de esa época... Algún noble de esa etapa.
-Oh, nada mal -Finge estar impresionado-. Pero me temo que no somos ni mucho menos compatriotas.
-Tu inglés es bastante convincente -Me quejo.
-Viví un tiempo en Inglaterra, a fin de cuentas -Sí, pero eso no hace que desarrolles mágicamente un acento perfecto... Yo a veces aún tengo que repetirme dos veces porque hay gente considera que tengo demasiado acento inglés. Lo siento por no saber pronunciar correctamente siete vocales seguidas con cinco acentos circunflejos-. Era de allí de donde era ella también, ¿cierto? Mary Shelley -Habla dejando ir mi rostro y retrocediendo hasta dar con su escritorio, al que se sube de un salto para quedar sentado sobre él, cruzando sus piernas frente al mueble-. Leí el libro por puro morbo y curiosidad, y ciertamente me pintó en una luz... No muy positiva. No puedo decir que me caiga bien. He escuchado también que era una mujer algo... Peculiar.
Sé poco de esa mujer porque la verdad es que ese estilo de literatura no me ha interesado demasiado... Pero recuerdo haber leído cosas algo... Eh, extrañas sobre ella. En Twitter, así que posiblemente sea todo una exageración, pero...
-¿Así que no la conociste? -Pregunto.
-Oh, no, qué va... -Niega con la cabeza- No había oído hablar de ella, siquiera. Durante su ascenso a la fama yo estaba... Preocupado con otras cuestiones.
... Imagino a qué se refiere.
-Vete a saber cómo llegó a hacerse con la historia -Mientras que su mirada se distancia y se pierde en su propia mente, uno de sus pies se tambalea dando toques en una de las patas del escritorio-. Probablemente a través de la hermana de Robert, o incluso de él mismo... Ah, Robert era el amable capitán del barco que me rescató de morir en el hielo. El verdadero autor del libro, realmente, si fue a través de sus notas que se creó la historia que Shelley decidió publicar. Un buen hombre. Mi corazón se queda tranquilo con la existencia de ese dichoso libro, porque al menos eso significa que logró frenar su expedición a tiempo y llegar a un puerto desde el que mandar correo a su hermana.
-Margaret -Menciono. Él hace un gesto de sorpresa.
-Recuerdas su nombre -Parece genuinamente intrigado por eso.
Estar completamente obsesionado con Persona y ponerse a leer el artículo de la fanwiki de cada uno de los asistentes de la Velvet Room tiene sus recompensas.
-Al final del libro -Decido preguntar por la parte más... contradictoria-, se supone que... Moriste de neumonía.
-Ah, sí... -Alza las cejas como si eso le generase curiosidad- Es un final un poco extraño, ¿cierto? Me recogieron de los hielos y consiguieron devolverme a la salud sólo para que, en el último momento, volviera a enfermar y la mis pulmones acabasen conmigo antes de poder tener una reunión final con... -Se interrumpe, frunciendo los labios en una fina línea que no deja ni rastro de su sonrisa habitual.
-¿La criatura? -Completo.
Ahora que conozco su identidad, su trauma tiene más sentido. La “criatura”... El monstruo de Frankenstein. Existe el debate de si el verdadero monstruo es en realidad Frankenstein, o no, pero lo de tener a un monstruo que sabes que has creado como la “criatura perfecta” detrás de ti matando a todos tus seres queridos...
Por supuesto que nadie iba a soportar algo así.
-Criatura -Repite la palabra con tono meditativo-. Creación. Monstruo. Daemon... -Toma aire de forma honda- Muchas formas de referirse a él. Nunca quise reconocerlo como algo humano. Incluso hoy, cientos de años después, tampoco deseo pensar en él como tal. ¿Mi creación? Quizá. Pero nunca “mi hijo”, como algunos plantean. Mucha gente piensa que el error que cometí fue abandonarle, renegar de él. Incorrecto. Mi verdadero error fue darle vida en primer lugar.
>>Pero, como ya te he dicho, mi maldición es crear yo mismo mi propia desdicha. Con mis propias manos la creé, le di forma y le otorgué vida. Se puede culpar a mi necedad, a mi obsesión, a mi hibris. Pero. Con el poder que tenía en mis manos... ¿cómo no aprovecharlo? Dime, Hiiro, si tú tuvieras ese poder único, algo que se consideraba imposible, y que tú tienes la habilidad de hacer, de romper todos los cánones, de... De cambiar todo lo que se conoce. ¿No lo harías? ¿Qué tipo de poder extraordinario sería ese, si no? ¡Un desperdicio!
>>Tenía que hacerlo. Alguien tenía que hacerlo. Yo fui el primero. Y el único.
>>Y una vez tuve lo que quería, mi interés se desvaneció en el aire y entonces entendí las consecuencias de mis acciones.
>>Pero antes de que pudiera reaccionar, de que pudiera solventarlo, antes de que pudiera hacer nada para evitar que el mal que acababa de crear tuviera oportunidad de entrometerse en lo humano... Tuve uno de mis episodios.
>>Y ya me has visto. No pude hacer nada. Mi propio cuerpo me lo impidió.
>>Pagué duramente por ello.
>>Perdona, no deseo desviarme. Tengo tendencia a desvariar de cuando en cuando al hablar, especialmente ahora que mi cabeza está... En un estado turbulento. Bien. Estamos hablando de “la criatura”. Tenía un nombre, ¿sabes? Se lo puso él mismo, para sentirse... Humano. Decidió llamarse a sí mismo “Adam”.
>>Y luego yo soy el prepotente. Llamarse a sí mismo como el primer hombre en la tierra.
>>A lo que íbamos... Sí, el final de la novela es abrupto y extraño. Y, evidentemente, falso. Sigo vivo. Verás, la realidad es un suceso de lo más curioso.
>>Después de que Robert y su tripulación me recogieran, pasé un tiempo con ellos en lo que recuperaba mi salud. Había pasado vete a saber cuántos meses persiguiendo a la criatura con una furia ciega. Iba a matarle, o a morir en el intento. Parte de mí deseaba que la segunda opción llegase antes que la primera, lo más pronto posible. Me había hecho perseguirle por toda Europa, hasta el dichoso Ártico, donde hacía frío, no se podía dormir, la nieve y el hielo me cegaban y tuve que lidiar con el trauma emocional de ver a mis perros de tiro morir inevitablemente uno tras otro, como si no hubiera tenido suficientes muertes ya en mi vida.
>>Sin dormir, apenas sin comer, incapaz de centrarme en otra cosa más que en la tarea de dar caza a la dichosa criatura. Cuando di con Robert, o más bien cuando él dio conmigo, no estaba simplemente al borde de la muerte, estaba dirigiéndome a ella haciendo volteretas por el aire.
Se me escapa una risa. Cuando eso ocurre él sonríe, y la expresión de su rostro cambia por una ligeramente más optimista.
-El sonido de tu risa es reconfortante. Siéntete libre de reír cuanto quieras, prefiero tomar mis desgracias con un punto de humor si fuera posible... No siempre lo es. He aprendido que a más alcohol se introduce en mi sangre, más divertido me parece todo, pero considero que sería de mala educación ponerme a beber teniendo un invitado como tú.
>>Bien. Además de la congelación, la hambruna, la deshidratación y el estado crítico de mi salud mental, efectivamente había contraído una neumonía, para sorpresa de nadie. Es un verdadero milagro que no me congelase vivo en la estampa helada, siendo honestos.
>>Pero el capitán Walton y su tripulación tuvieron a bien el compartir conmigo sus ya de por sí escasos recursos, y cuidar de mí durante mi neumonía, mi fiebre, uno de mis renovados ataques de histeria, más fiebre, aproximadamente tres catarros y varios episodios de delirios. Debían pensar que era un hombre loco. No les culpo. Muy probablemente lo fuera y a día de hoy debo seguirlo siendo.
>>Me trataron como mejor pudieron, y gracias a eso y a que la muerte aún no ha querido reclamarme sólo para permitir que continúe ahogándome en mi propia desdicha, conseguí recuperar el mínimo de salud para, al menos, volver a ser alguien coherente. Robert y yo conseguimos, sorprendentemente, iniciar una breve amistad durante aquel tiempo, y entre sesiones de delirio, ataques febriles y escasos momentos de lucidez, logré contarle mi desdichada historia. Si me creía loco, si pensaba que le mentía con algún tipo de ficción o si realmente se tomaba en serio las palabras de un hombre delirante y con un pie en la tumba, bien... Eso es algo que queda a su discreción. Pero al final, tanto él como su tripulación hubieron de tomarme en serio cuando... decidió aparecer.
>>De completo imprevisto y sin que nadie fuera capaz de verle llegar. La criatura logró asaltar el barco, provocando el pánico entre los tripulantes, y proclamó que quería verme, que quería comprobar que “aquel maldito que se consideraba su creador” se mantenía aún con vida.
>>Me armé con mi pistola y salí a su encuentro, desoyendo las advertencias de Robert y buscando nada más que atravesar su cráneo con una bala y poner fin a mi extenso periplo. Si después iba a tirarme a las aguas heladas, a recuperar la cordura que él me había robado o a desvanecerme en el aire, me daba igual. Lo único que deseaba era matarle. Acabar yo mismo con la vida que había creado.
>>Se atrancó mi arma. Vaya, hombre. ¿Quién iba a decir que pasar semanas en un páramo helado a temperaturas bajo cero iba a causar que un mecanismo tan delicado se deteriorase?
>>La confrontación, como imaginas, no acabó bien para mí. Decir esto genera sensaciones complicadas en mí, pero mi creación era realmente un portento físico. Ningún hombre corriente podría vencerle en combate, y mucho menos un hombre desaliñado y débil aún recuperándose de una neumonía. No le costó demasiado lanzarse sobre mí con la intención de partir mi cuello, queriendo darme la misma muerte que le había dado a...
>>...
>>... a tantas otras de sus víctimas.
>>Fue sólo gracias a Robert que conseguí salvarle de aquello, pues ingeniosamente y estoy seguro que de alguna manera muy inteligente de la que yo no me di cuenta porque estaba a las puertas de la muerte, logró quitarme a aquella cosa de encima. Traté de escapar de él, de sus enormes manos, de sus ojos amarillentos. En mi estado de debilidad, y con el vaivén del barco, era difícil moverse en la cubierta. El oleaje, hostil como si quisiera contribuir al acto final de mi tragedia, causó que perdiera mi equilibrio y que... Sin remedio, cayera por la borda del barco.
>>Directamente a las aguas heladas del Ártico.
>>Cuando me vi completamente sumergido, rodeado de agua en todas direcciones, sentí... Paz. Por primera vez en muchos, muchos años.
>>Estaba convencido de que aquel iba a ser mi final. Y me sentí tan... Aliviado. Por fin mi martirio llegaría a su fin. Por fin iba a poder reunirme con mis seres queridos. Mis padres, el pequeño William, mi amado Henry y mi amada Elizabeth. Por fin, pensé, mi cuerpo iba a encontrar descanso, y mi alma paz.
>>Me dejé hundir, la presión del agua siendo reconfortante a más me empujaba hacia abajo. La vaga luz que se colaba por la superficie, cada vez más lejana, era la promesa de una despedida hacia algo mejor. Nunca había creído en la existencia de algo como el “más allá”, o el “cielo”, pero sabía que, fuera lo que fuera que me esperase, incluso si no era nada, iba a ser mucho mejor que el infierno que había llevado en vida.
>>Entonces vi la turbulencia de las aguas. El burbujeo que anunciaba la presencia de la figura que se sumergía frente a mí. Ojos amarillos, largo pelo oscuro como la noche, palidez cadavérica en su piel marcada por las cicatrices de las costuras.
>>No podía dejarme morir en paz. Ni siquiera podía permitirme eso, ni en mis últimos momentos iba a librarme del recuerdo de mis errores, de mi tragedia, de mi maldición autoimpuesta.
>>Llené mis pulmones con el agua helada, tratando de acelerar el proceso. Rogando a quien fuera que pudiera escucharme que me dejase ir finalmente. Aterrado por la idea de morir por sus manos.
>>Mi consciencia se desvanecía. Mi visión se volvía borrosa. Mi cuerpo, pesado y cada vez más inerte. Una última sonrisa en mis labios, para al fin recibir el beso tan ansiado de la muerte.
>>Y un brillo azul al que ni siquiera presté atención y al que no le busqué sentido alguno.
Detiene su narración. Con ojos cerrados, como si tratase revivir ese momento, inspira profundamente. Cuando vuelve a abrir los ojos, cuando su mirada se fija en mí, veo en él más humanidad que nunca.
-Lo siguiente que recuerdo es despertar en brazos de una mujer con ojos violetas.
Una mujer de ojos violetas. A la pregunta de mi mente, sus propios ojos me dan la respuesta. El derecho, concretamente.
-Eldarya -Murmuro la palabra, en un volumen que me hace pensar que quizá no sea capaz de oírme-. Apareciste en... Eldarya. ¿Cómo?
-A través de un círculo de hechicería -Es su respuesta, acompañada por el gesto de reposar su barbilla en una de sus manos-. ¿Cómo si no?
-Pero... -Trato de encontrar sentido a su narración- Caíste al agua y, desde allí...
-El Oráculo parece seguir normas ilógicas a la hora de crear sus círculos de hechicería. Normalmente, sólo puedes crear uno en terreno fértil, y que lleve a otra posición donde las setas puedan surgir naturalmente. Pero el Oráculo consigue romper esas normas, cuando le place.
-El Oráculo te trajo a Eldarya -Digiero la nueva información, colocando un dedo pensativo en mi barbilla-.Te quería aquí, y por eso te trajo en el último momento...
-Sorprendente, ¿verdad? -Se ríe sin humor- Que fuera el propio Oráculo el que me trajera aquí... La mente de esa criatura, sus intenciones, su propia naturaleza... Son para mí un misterio. Irrelevantes, en todo caso, para mis intenciones con ella. Pero sí. Me consideraba necesario para el destino de este mundo, y por ello me trajo a él, a la fuerza, incluso si mi deseo había sido la muerte. Y ese no fue el único gesto de su... generosidad. Oh, no.
-¿A qué te refieres?
-Mis ojos -Con su mano libre señala uno de ellos-. Como imaginas, hay algo peculiar con ellos. Ignora la fealdad de mi ojo izquierdo por un instante... Incluso si su color natural hubiera sido violeta, ese hubiera sido un color inusual para un humano, ¿cierto?
-Pero eres humano -De eso no tengo dudas. Si su sangre es compatible con la mía, es porque tiene que serlo.
-Y qué curioso este color inusual. Qué coincidencia, también, que sea el mismo que el de la niña del Oráculo, y el de aquella mujer...
-Stella -Cuando las menciona a ambas, la idea aparece en mi mente-. La mujer que te encontró era Stella... La antepasada de Erika.
-Así es. ¿Sabes lo escalofriante que fue el ver a la chica del Oráculo por primera vez? Cielos, pensé que se me saldría el corazón del pecho. Es un calco idéntico de su bisabuela... Y no sólo en imagen, sino también en personalidad. ¡Ugh! Me corrijo, esta es incluso más insoportable que la anterior...
-Volviendo a los ojos.
-Volviendo a los ojos -Toma mi intento de redirigir la conversación-. Tu Erika, mi Stella y yo mismo tenemos todos algo en común, que da sentido a su inusual color. Teniendo en cuenta mi humanidad, es dudoso que pueda tener algo que ver con algo racial, ¿cierto? De hecho, y para más inri, resulta que mis ojos ni siquiera tenían este color de nacimiento. Ah, no, mis ojos eran marrones, como los del más común de los humanos.
-Tus ojos... Cambiaron de color.
No me suena tan extraño o tan increíble. Los ojos de Nevra cambian de color cuando entra en éxtasis. Los de Leiftan también lo hicieron, más o menos, al transformarse. Y los míos también lo hacen a veces, cuando me tomo alguna perla de transformación... Como las de criónido, que vuelven mi pupila blanca.
Me dedica una sonrisa, una vez más. En esta ocasión, el gesto ha adquirido un tono más mezquino.
-Los ojos violetas -Dice- son la marca del Oráculo. Los que los tenemos... Somos sus elegidos.
-Elegido del Oráculo... -Mis pensamientos no se detienen, escarbando en el fondo de mi mente en busca de ideas, armando teorías, queriendo darle sentido a toda la situación- Y por eso le odias. Algo tuvo que ocurrir... Algo tuvo que hacerte, y te encerraron en la torre, y...
Se ríe de una forma que el sonido es un gargajeo en su garganta, y se baja de la mesa con un salto para caminar hacia mí, colocándome un dedo en la frente cuando termina de hacer el camino.
-No te calientes demasiado la cabecita, Hiiro -Habla con un tono levemente burlón-. Aún hay muchos fragmentos de la historia que no conoces... Admiro tu curiosidad y tu determinación, querido, pero en esta ocasión has de tener paciencia. Todas tus preguntas encontrarán respuesta y todas tus dudas serán aclaradas, a su debido tiempo.
-Enton-
-Chst -Mueve el dedo a mis labios en una forma de silenciarme-. A su debido tiempo. Es decir, otro día. Tendrás que disculparme, pero no me encuentro en el mejor estado... Ni físico ni mental, ahora mismo. El día ha sido demasiado largo y extenuante, y mis males físicos aún me comen por dentro.
-Si hubieras tomado la med-
-Shhhhh -Vuelve a callarme, ahora colocando la mano entera sobre mi boca mientras se inclina hacia mí, encajonándome cuando apoya una rodilla sobre el colchón a mi lado-. No acepto discusiones. Mañana habré de afrontar las consecuencias de lo que sea que haya ocurrido durante mi tiempo indispuesto... Y tendremos que pensar en qué hacer contigo y con esa ilustre doctora... -Retira la mano de mi boca para ahora acariciar una de mis mejillas con el dorso de la misma- Para ti tengo ideas y planes, pero para ella... No.
No sé si es una amenaza. No sé si simplemente es un comentario cualquiera. Ahora mismo me cuesta discernirlo, en parte porque su tono de voz es inusualmente amable y tierno, sincero; al contrario que su gentileza melosa y fingida que usa normalmente. Y la verdad es que entre la proximidad y sus caricias, a mi mente le cuesta centrarse en algo más que la sensación de su tacto y cómo este provoca que la piel en mi nuca se erice.
-No le hagas daño -Susurro. En nuestra cercanía, no hace falta más que eso para escucharse con claridad.
-No tenía pensado hacerlo -Responde, inclinándose un poco más en mi dirección-. No lo haré, siempre que todo vaya bien. Que todo el mundo colabore. No lo tomes como una amenaza... Es apenas una advertencia -Su cabeza se inclina muy levemente a un lado-. Mi intención es convencerte para que te quedes aquí a mi lado, pero no quiero que te sientas coaccionado a ello. Quiero que te sientas cómodo. Todo lo que puedas, al menos, dadas las circunstancias. Y eso también significa... Que puedes, debes, rechazarme en el momento que mis afecciones traspasen tus límites.
Siento algo de calor en mis mejillas cuando dice eso, porque me parece entender segundas intenciones en sus palabras. Es cierto que en encuentros anteriores él puede haberse... Insinuado, pero siempre he pensado que lo hacía como burla, para obtener alguna reacción de mí o simplemente para desestabilizarme... Pero ahora mismo no me cuesta entender que sus intenciones son sinceras. Y eso me causa nervios. Y vergüenza. Y...
-Dos preguntas -Mis palabras quizá cortan la tensión, pero él ni me silencia ni se aparta, aunque en su rostro veo un toque irritado.
-¿No te acabo de decir que esperes a...?
-Pregunta número uno: ¿Puedo llamarte por tu nombre?
Eso le interrumpe, y ahora su mueca cambia a una de sorpresa por un instante, antes de corregirse rápidamente a una expresión pensativa. Se tensa un poco por la pregunta y puedo intuir que le incomoda en cierta medida. Le toma unos instantes hasta que alcanza una respuesta.
-Puedes. Pero... Procura que nadie más lo oiga -Asiento con un gesto breve pero firme-. ¿Dilo?
-Um... Prometo que n-
-No... Mi nombre.
Hay algo de expectación en sus ojos cuando pronuncia esas palabras. Ligeros nervios. Eso hace que me ponga nervioso yo también.
El nombre aparece en mi mente. Es una palabra sencilla, y estoy seguro de haberla pronunciado más veces, porque no es un nombre inusual. Aún así, cuando me preparo para ella, casi siento que pesa en mi boca, que la tengo físicamente en la lengua y en mis labios, y que dejarla salir... Va a hacer que las cosas cambien.
-Victor.
La expresión en su rostro no cambia, pero le escucho tomar aire pesadamente. Me pregunto si, incluso después de tanto tiempo diciendo que su nombre ha sido olvidado, rechazándolo, escondiendo su identidad... Me pregunto si lo echaba de menos, que alguien le llamara por su nombre.
-Suena hasta dulce, saliendo de tus labios... -Se deja caer completamente sobre mí, apoyando la cabeza en mi pecho, y yo tengo que hacer un poco de fuerza con los brazos para evitar que los dos nos escurramos en la cama.- ¿Otra vez? -Pide.
-¿Victor?
-De nuevo.
-Victor...
-Una más.
-¡Victor!
Siento el retumbar de su pecho con una risa leve, sincera y agradable. Es un sonido casi desconocido viniendo de él, pero que por alguna, o varias, razones, hace que mi propio pecho se llene con una sensación cálida y que el calor suba hasta mi rostro. Que una cosa tan sencilla como decir el nombre que ha guardado con tanto recelo durante siglos enteros le haga así de feliz...
-Qué curioso... Pensé que volver a oír a alguien referirse a mí por ese nombre iba aser... doloroso. Pero no lo ha sido, casi que... Ah -Cuando levanta la mirada a mí, la sonrisa en su cara se expande como la mantequilla derretida-. ¿Te has sonrojado? No puede ser... -Comenta, de forma completamente casual y sin parecer en lo más mínimo afectado por la situación, más allá de la euforia que parece haberle causado pronunciar su nombre-. Tan avergonzado por algo tan simple... Gracias, Hiiro. Estás haciendo mucho más por mí de lo que nadie ha hecho en años. Ten cuidado porque a más que hagas eso, más reacio voy a ser a dejarte ir...
Imagino que tampoco tenía intención de hacerlo en primer lugar. Pero eso es algo que ya tenía asumido cuando acepté irme con Naytili: Escapar de aquí va a ser muy, muy complicado. Eso, si es que me apetece escaparme. Todo depende de lo que él me cuente.
-Ahora... ¿cuál era tu segunda pregunta?
Mi segunda... Ah. Se me había olvidado. Y ahora me siento estúpido, porque desde luego esta tiene bastante menos relevancia que la anterior.
-¿S-si estamos en las islas del sur, hay pulpatatas por aquí?
Tengo la sensación de que se me va a caer la cara de vergüenza, pero no puedo evitar la pregunta. Lleva rondándome la mente desde que mencionó nuestra ubicación y, bueno... Tampoco iba a preguntarle eso antes que su nombre.
La cara que me dedica me hace pensar en la del dueño de un gato que lleva diez minutos bufándole a su reflejo. “Gracioso, pero estúpido. Muy estúpido”.
Se ríe, pero no parece estarse riendo de mí exactamente. Se deja caer sobre mí de nuevo, ahora colocando la cabeza en el hueco de mi cuello, y su risa sale algo amortiguada.
-Ay, Hiiro... -Ya, ya, soy ridículo...- Sí, hay pulpatatas, y son encantadores. Hay una colonia de ellos que vive cerca de nuestras playas, estaré encantado de enseñártela si así lo deseas.
Pu... pulpatatas... Finalmente...
-Me, hum... M-me gustaría poder verlos...
Otra risa, de nuevo. Al final voy a acabar por acostumbrarme a ella. Victor se incorpora, ahora levantándose de la cama por completo y dejándome ir, así que yo me levanto también. En sus labios hay una sonrisa escueta, cordial.
-Te los enseñaré, lo antes posible. Vamos a tener, espero, mucho que hablar y discutir, así que aprovechemos el tiempo que tengamos juntos, antes de que se acabe.
>>Como dije antes... Qué menos que disfrutar de mis errores.
>>Pero, por hoy, vámonos a dormir. Estoy verdaderamente cansado. Y es posible que la fiebre esté volviendo a darme. De hecho. De hecho, uh, creo que no tengo fuerzas para incorporarme por mi cuenta, así que si pudieras----
A la mañana siguiente, me despierto solo. No tengo ninguna queja al respecto porque la verdad es que no tenía muy claro cómo iba a tratar con El... Con Victor.
Aún me cuesta mucho asumir la información recibida ayer. Me parece un milagro el haber sido capaz de pegar ojo, sinceramente, porque pensé que iba a pasarme toda la noche mirando al techo y uniendo hilos rojos en el corcho de mi cabeza, pero supongo que en algún momento debí ceder a la extenuación del día.
Me incorporo en la cama, con algo de dolor de cabeza, y miro en derredor en busca de alguna pista sobre el paradero de Victor. Todo lo que encuentro que me llama la atención es una silla con un montón de ropa plegada en ella y lo que parece ser una nota...
... tengo un mal presentimiento. ¿Dónde está mi kimono? Ayer acepté el pijama de préstamo que me dio, pero...
“A mi más querido Hiiro,
Discúlpame por abandonarte, pero hay labores que requieren mi inmediata atención... Me he tomado la libertad de añadir tus ropas a la colada, a cambio te ofrezco otras vestimentas que espero sean de tu gusto.
Si deseas tomar un baño, siéntete libre de hacerlo, te dejo las indicaciones para llegar hasta él... Eres libre de usar mis aceites de lavanda si así lo deseas, pero ruego encarecidamente que no uses los productos de cabello de Naytili, bajo amenaza de muerte inmediata si ella llegara a darse cuenta.
Podrás encontrarme en el comedor cuando termines, donde espero que me acompañes en el desayuno.
Saludos afectuosos,
V.”
Lo sabía. Si es que lo sabía. Es que para qué me desvisto yo. En este dichoso mundo todo el mundo parece tener un complot en mi contra para hacerme perder mi ropa. Qué pasa, ¿se divierten forzándome a vestirme de mil maneras distintas? ¿Me tengo que estar cambiando de modelito a cada situación específica depende de en qué lugar esté, eh? ¿Qué soy, un personaje de anime que tiene que ir rotando su modelo de personaje cada X tiempo para poder vender más figuritas en distintos atuendos? Al menos, vaya, la ropa me suele salir gratis, porque si encima tuviera que pagar una cantidad absurda de maana que podría dedicar a cosas mucho más útiles e importantes por ropa que la gente prácticamente fuerza sobre mí sin mi consentimiento o acuerdo, me sentiría no sólo indignado y ridiculizado sino además estafado y vapuleado.
Conteniendo un suspiro frustrado, decido que no vale la idea enfadarse por esto. Pese a que el poco instinto de supervivencia que tengo me está rogando que sea más listo, mi cuerpo pide agua así que no me lo pienso antes de dirigirme a la ducha para poder quitarme el sudor acumulado de ayer y hoy encima.
Al cabo de un rato, consigo llegar hasta el comedor a pesar de la mala caligrafía de Victor. Imagino que tiene sentido que el arquetipo de científico loco tenga una letra casi jeroglífica, pero madre mía...
Al llegar al comedor le veo a él, junto al resto de su grupo. Todo el mundo, perros incluídos... La única persona que me falta es Eweleïn.
-Ah, Hiiro, buenos días -Victor me saluda con una sonrisa en el rostro-. ¿Espero que hayas pasado una noche agradable? No me gustaría que... Anda, mira qué mono con esa ropa que te he dejado... Cuídame bien esa joyería, ¿eh? Tiene valor sentimental -Le lanzo una mirada crítica al brazalete que me he dejado colgando en una muñeca. No es... el tipo de accesorio que yo me pondría, pero he pensado que quizá se ofendiera si no me ponía la ropa que me había dejado.
-Tenemos... gustos distintos, en lo que se refiere a la ropa -Menciono simplemente, como única queja, a pesar de que lo que realmente quiero decir es “Eh, ya sé que tengo nombre de niño huérfano victoriano, pero no hace falta vestirme como uno, ¿sabes?”. Con la boina y todo....
-Eso es una lástima, porque te queda de maravilla -Se levanta de su silla y se acerca a mí para abrochar los botones del chaleco que expresamente había dejado abierto- Hmmm, veo que has decidido usar el producto que te recomendé. Ahora olemos de forma similar... -Es no es para nada siniestro.
-Espero que no se le haya ocurrido usar mi champú -Gruñe Naytili. No, no te preocupes, no he tocado tu bote de champú de caballo... No quiero que se me ponga una cara de caballo como la que tienes tú.
-¿Entonces sí que te has unido a nosotros, Hiiro? -Pregunta Anrie, girándose en la silla y mirándome por encima del respaldo de la misma.
-No... -Yo lanzo una mirada a Victor, cuya respuesta es una escueta sonrisa- No exactamente...
-Hiiro es, por ahora, un invitado especial -Indica, pasando un brazo por mi espalda para empujarme levemente hacia la mesa-. Súper, súper especial. Y por ello quiero que se le trate con el cuidado y el respeto que se merece. Toma asiento, Hiiro, permite que te prepare el desayuno. Dime, ¿cómo tomas el café? -Eh... No suelo tomar café...
-Déjame adivinar, un cortado y un cruasán -La voz de Naytili se burla de mí, y también lo hace su sonrisa. El comentario me sienta como una patada al estómago, porque ese es el desayuno de Nevra... El que se toma todos los días, sin variación alguna.
-Soy más de té -Admito-. Té negro, con una pizca de leche y dos terrones de azúcar...
-Perfecto, en seguida te lo preparo...
Se aleja hacia otra habitación, y cuando me doy cuenta de lo que eso implica al dejarme solo con dos psicópatas, Anrie y dos perros rabiosos (realmente no sé si Naytili va en la categoría “psicópata” o “perro rabioso”), ya es demasiado tarde. La atención de la sala recae en mí, por supuesto. Anrie parece curiosa, Chloé es posible que esté intentando recitar un hechizo en su mente para matarme, y Naytili...
-Te le estás tirando -Acusa, de nuevo, con una sonrisa en la cara. Pocas veces he visto a Naytili tan sonriente y la verdad es que la prefiero sin sonrisa.
-No -Rápidamente niego-. ¿Dónde está Eweleïn? ¿Qué has hecho con ella?
-No te preocupes por la elfita... -Con tono de burla se echa hacia atrás en su silla, y ahora soy yo el que intenta usar poderes mentales para desequilibrarla a ver si se cae y se desnuca- La estoy cuidando muy, muy bien; oh, sí. Es una chica lista... Hemos llegado a un acuerdo sobre cómo, si ella se porta bien, yo también me porto bien. No sabes lo cooperativa que se ha vuelto de repente...
El tono en el que lo dice me hace querer arañar el mantel de la mesa, y apenas contengo el gesto clavando las uñas en la tela. Me siento culpable, porque es cierto que la ayudé al secuestro de Eweleïn... Espero que algún día pueda perdonármelo.
-¿Y cuánto tiempo planeas estar aquí exactamente? -Pregunta la bruja (la de verdad, no Naytili que también es una bruja pero no en el sentido literal de la palabra), mirándose las uñas posiblemente porque tiene el pintauñas descascarillado. Eso no le pasaría si usara productos de marca Rètiere™.
-No creo que eso dependa de mí -Respondo, soltando el mantel y llevándome una mano a la cabeza para rascarme un poco el pelo. Al fin me está creciendo un poco y doy gracias por ello.
-No deberías hacerte siquiera ilusiones sobre poder escapar -Naytili también decide responder. Por la mirada que me dirige, juraría que mi situación le divierte mucho, ahora que he conseguido hacer lo que ella quería y Victor ha vuelto a la normalidad-. Si El Titiritero tiene un juguetito nuevo, no va a querer soltarlo... Y, ¿si lo hace? Si te suelta, la Guardia de Eel va a cortarte el cuello de inmediato. Ah, la cara de desesperanza que puso el Cuervo cuando vio que su noviecito se iba con los “malos”...
-¿Novio...? -La mirada de Chloé se clava en mi y quema.
-Ex-novio -Corrijo, sosteniéndole la mirada-. Nevra está soltero, pero no le interesas.
-Eso es mentira...
-Es verdad.
Me besó antes de que me viniera con vosotros, quiero añadir, pero decido no hacerlo primero porque me siento mal sólo de pensar en ello y segundo porque posiblemente muera de una forma horrible si lo digo.
Aunque parte de mí piensa que quizá valdría la pena. La verdad es que a esta tipa le tengo bastante manía. ¿Me pregunto por qué? ¿Quizá sea lo de haber forzado a Simonn a disolverse bajo la lluvia? ¿Lo de masacrar a un pueblo entero? ¿El hecho de que evidentemente no sabe cómo vestir un kimono? ¿Lo de abusar sexualmente de una persona con dependencia emocional?
-Nevra no está enamorado de ti -Hablo con toda la firmeza que soy capaz, y si está intentando asesinarme con la mirada, yo hago lo mismo-. Deja de hacerte fantasías imposibles y, sobre todo, deja de arrastrarle a ellas. Te odia y te lo mereces, porque eres una-
Mi última palabra queda ahogada cuando Chloé salta de su silla, tirándola al suelo, y se lanza a por mí directamente, olvidándose completamente del hecho de que puede hacer magia para intentar ponerme las manos encima, y yo reacciono incorporándome de un salto también y listo para partirle la cara-
Salvo que antes de que ninguno de los dos pueda hacer eso, Victor aparece en escena, bandeja de té en mano, y el asalto de Chloé se detiene de inmediato.
-Té, tostadas, y una pieza de fruta... La mejor manera de empezar el día, ¿no? -Victor habla como si no se diera cuenta de lo que ha estado a punto de ocurrir, o como si no quisiera dársela.
-Pffft, y yo que pensaba que por una vez iba a pasar algo interesante... -Naytili sigue sonriendo, satisfecha con el espectáculo- Iba a apostar veinte maanas a la bruja...
-Yo creo que Hiiro le puede en combate -Añade Anrie.
-Vamos a tener la mañana en paz, ¿hm? -Victor no mira a nadie mientras coloca todas las cosas en la mesa, frente a la silla en la que estaba yo sentado antes- Aún tengo jaqueca de lo de ayer, procurad no empeorármela... Y tú, Hiiro, a desayunar, que tienes que crecer.
-... Mejor que tengas la boca ocupada, sí... -Chloé me lanza una última mirada furibunda antes de proceder a recoger la silla que había tirado- Si no quieres que te la parta.
-... bitch.
-¿¡Qué me has llamado!?
-Significa “bruja” en inglés -Improviso, yendo a sentarme cuando Victor me retira la silla-. Gracias...
-Un placer -La voz de Victor es melosa cuando la escucho justo detrás de mí, según me ayuda a arrimar la silla y coloca sus manos en... ¿mis hombros?
Chloé termina por irse porque debe ser que no me soporta (mejor, yo a ella tampoco), lo cual significa una psicópata menos en la sala. Naytili me mira muy atentamente no sé si vigilándome o haciendo qué, lo cual me pone incómodo. La ligera presión de las manos de Victor en mis hombros es también incómoda.
Y el silencio que hay en la sala mientras desayuno, con el sonido de la cubertería siendo lo único que se escucha de cuando en cuando, es todavía más incómodo.
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...
-Um-
-Ah, fantástico, ya has terminado, ¡Marie Anne! Por favor, si fueras tan amable de llevar los platos a la cocina... Luego los lavaré, pero ahora quiero dedicarle toda mi atención a Hiiro.
-¿Eeeeeh, por qué tengo que ser yo? -Ella hace un mohín al escuchar eso- ¿Qué pasa con las marionetas, no funcionan o qué?
-Me temo que por el momento están... Ah, indispuestas -La voz de Victor vacila por un instante al decir eso-. Cuando recupere la salud me encargaré de levantarlas de nuevo...
-Pues a mí me parece que estás bastante sano...
-Y a mí me parece que le estás echando mucho cuento -Naytili al fin se incorpora y hace el camino hacia nosotros-. Aún no hemos hablado sobre lo de ayer.
-Ayer pasaron muchas cosas... -Él intenta salirse por la tangente. No se le está dando muy de disimular ahora mismo, se le ve en la cara que no tiene ninguna gana de tratar con Naytili ahora mismo. Quizá quiera fingir que ya está completamente recuperado de ayer, pero desde luego no lo está ni de lejos- Y le tengo prometida una conversación a...
-Tú querías ver a la elfita, ¿no? -Naytili se dirige a mí ahora- ¿Por qué no te digo dónde está y bajas a decirle hola y nos dejas a nosotros a lo nuestro?
-Naytili... -La palabra viene con un toque de advertencia de los labios de Victor.
-Tú, niña -Le habla a Anrie ahora, con tono brusco-. Llévate a... -Arruga la cara. Vamos, por favor, no me digas que ni siquiera te has aprendido mi nombre...- Llévatele al sótano con la otra.
-No les dejes solos -Antes de que Anrie pueda responder, Victor interviene rápido como una flecha-. Que no conspiren. Un ojo puesto en ellos en todo momento.
Debe ser que, incluso con todo lo que tiene encima, no está tan atontado como para dejar que se le escape ni una. Le miro sin decir nada, simplemente alzando una ceja.
-No me malinterpretes... -En su sonrisa hay una pizca de disculpa- Adoro que estés aquí, Hiiro, y eres mi muy querido invitado, pero... Bueno, ni tú ni yo somos tontos. Ya sabes lo que quiero decir.
Ahá. Que aunque ahora estemos en términos “amigables”, seguimos sin estar del todo en el mismo bando.
-¿Pero entonces qué hago con los platos? -Protesta Anrie.
-No te preocupes, Naytili se ha ofrecido muy amablemente a recogerlos ella misma...
Naytili ladra en respuesta a las palabras de Victor, pero a Anrie le da igual mientras que no lo tenga que recoger ella. Vuelve a dejar los platos en su sitio y me hace un gesto con la cabeza para que la siga, lo cual hago... No sin antes lanzar una última mirada por encima del hombro a los dos que dejamos atrás. Los ojos de Victor no me dejan ir en ningún momento, hasta que al final la distancia (y una pared entremedias) fuerzan a romper el contacto.
Sigo a Anrie a través de los pasillos de la casa, igual que ayer fijándome en la decoración. Victor dijo que estábamos en las Islas del Sur, pero... No hace tanto calor como en Elsur, de hecho ahora mismo hasta hace un fresquito agradable. La casa tiene que estar bien aislada...
-Sigo sin entender por qué El Titiritero y tú sois amigos ahora... -Anrie habla mientras caminamos, posiblemente para romper el silencio más que otra cosa. La miro de reojo, pero la verdad es que me cuesta sostenerle la mirada. Su cuerpo es... Me produce malestar verlo, sobre todo al recordar a la chiquilla que era antes de su mutación- ¡Pero me alegro de que estés a bordo, Hiiro! Aunque es una lástima que no hayas coincidido con Niels...
Niels... Acabo de acordarme, él se quedó en la Guardia. Mejor que eso, se quedó en manos de Gèrard. Estoy seguro de que el criónido sabrá sacarle del paso con la Guardia... Oooooo, a lo mejor de repente a Eel la arrasa una ventisca surgida de la nada y ellos desaparecen del mapa y se van a algún lugar remoto a ser el sueño cottagecore.
-Porr cierto, estamos bajando a su laboratorio ahora.
-¿Al laboratorio de Niels? -Eso me despista un poco. He empezado a seguirla escaleras abajo (unas escaleras distintas a las que usamos ayer para ir al calabozo, lo cual ya me estaba llamando la atención), pero desde luego no tengo ni idea de a dónde me está llevando.
-¡Sip! Se pasa más tiempo allí que en su habitación, y siempre se escuchan como sonidos raros y explosiones, así que tampoco me he acercado mucho... -Hace un gesto pensativo- Pero la doctora quiso quedarse ahí a pasar la noche, así que...
Lo que sea por alejarse de Naytili, supongo. Sigo a Anri hasta una doble puerta de metal que muy obviamente tiene que ser la del laboratorio de Niels, a juzgar por los varios avisos de alto el paso, cuidado, llamar antes de entrar, no introducir sustancias inflamables, lavarse las manos antes de entrar y salir, prohibido animales...Henry tuvo alguna de esas en su habitación un tiempo, hasta que mamá le obligó a quitarla.
En cuanto se abre la puerta, al otro lado se distingue la figura de Eweleïn medio tumbada sobre una mesa en una postura que desde luego no tiene que ser muy cómoda, con todo su pelo (que tiene bastante) desparramado en todas direcciones. El ruido que hace la puerta al abrirse es suficiente como para espabilarla, y se incorpora con un brinco mirando en todas direcciones durante unos instantes, hasta que nos distingue.
-¡Hiiro! -Sale corriendo en mi dirección. Me siento fatal porque posiblemente acabe de pasar la peor noche de su vida, en parte por mi culpa, mientras que yo dormía tranquilamente a pierna suelta, así que en un momento no sé cómo reaccionar, y es por eso que el abrazo me pilla sorprendido y no puedo rechazarlo- ¡Menos mal que estás bien! ¿Te han hecho daño? ¿¡Estás...!?
-Estoy bien, tranquila... -En cuanto digo eso, se separa y empieza a mirarme de arriba a abajo para comprobar que, no sé, no me falte un brazo o algo así- ¿Cómo estás tú? ¿Te han dado de comer?
-Ups... -Anrie pone cara incómoda- Luego, eh, luego te traigo algo... ¿Creo que Niels debería tener comida por aquí...?
Se pone casi que a olfatear el aire mientras rebusca por la habitación, buscando las reservas secretas de Niels. Mejor que centrarme en ella, lo hago en Eweleïn, que aún me mira muy preocupada.
-Estoy bien -Repito, aunque está por llegar el día en el que alguien me crea cuando pronuncio esas palabras-. Juraría que hasta he pasado mejor noche que tú...
-¿Seguro...? -Parece muy dudosa de lo que digo- Naytili me dijo que El Titiritero te había cogido y te había llevado a... No te ha hecho nada, ¿no?
-Eweleïn -Le agarro las muñecas para, de la forma más delicada posible, hacer que me quite las manos de encima-. Ahora mismo, tu situación es peor que la mía. No te preocupes por mí. Me he ganado el favor de El Titiritero, lo que significa que, de momento, estoy a salvo.
-Sí... -Cuando la suelto, ella retrocede un paso, con el ceño algo fruncido- Ayer conseguiste que dejase de gritar. ¿Qué le hiciste?
¿Darle mimitos?
-Simplemente tuve una conversación con él. Logré que mi voz le llegara y él recobró un poco la cordura. Conseguí que se calmara. Ya está. Aún sigue un poco trastocado así que, no te preocupes, todavía tienen necesidad de ti...
-Ya... -Toma aire- Naytili me ha dicho eso también. Que tengo que quedarme aquí y atenderles, o...
Por un instante, vacila. Le tiembla un poco el labio, y parece a punto de echarse a llorar. Mi corazón se encoge, la pobre lo tiene que estar pasando fatal ahora mismo y la verdad es que no tengo ni idea de cómo poder hacerla sentir mejor, además de prometerla que no le va a pasar nada...
-Tienes que ver algo.
Sin esperar a mi respuesta, ahora es ella la que me coge a mí por una muñeca y tira de mí en dirección a la puerta. Antie se queja y en seguida viene tras nosotros gritando que no podemos hacer eso, pero Eweleïn la ignora y echa a andar por el pasillo en dirección a otra de las puertas, una que no parece tan firme como la del laboratorio de Niels, , pero...
-¡N-no podéis entrar ahí sin permiso! -Protesta Anrie.
-Naytili me ha dado permiso -Responde Eweleïn, agarrando el picaporte-. Niels ya no está aquí, así que es mi paciente.
Cuando abre la puerta, primero siento la adrenalina recorrer mis venas por la sorpresa, luego una punzada de felicidad, y luego el corazón se me rompe un poquito más.---
(Narra Erika)
Pensé que despertarme y encontrarme cara a cara con Leiftan y sentir sus abdominales contra mi cuerpo era lo mejor que me podía pasar en la vida.
Eso lo pongo en duda ahora, cuando al abrir los ojos me encuentro cómodamente apoyada en los pectorales de Ezarel.
Esto no tendría que tener ningún sentido. ¿Cómo puede ser? ¡Ez no hace ningún tipo de entrenamiento! De hecho, ¿le ha visto alguien hacer ejercicio alguna vez en su vida? Cómo puede- ¡¡Por qué....!!
Y, sin embargo. Acabo de encontrar mi lugar favorito en el mundo.
Especialmente, cuando le siento acariciar mi pelo, sus dedos entrelazándose con los mechones de una manera afectuosa y delicada, placentera y, lo mejor de todo, sin tirones...
El sonido satisfecho que se escapa de mi garganta es minúsculo... Pero es suficiente. En cuanto Ez se da cuenta de que estoy despierta, rápidamente se acaban los mimos y las caricias, y si no me tira de la cama del empujón que me da, es de puro milagro.
-A-a-anda, ya estás despierta, miiiiiira quié bien -Sale de mi cama con un salto sin darme tiempo a que me queje por sus malos tratos-. Ya iba siendo hora.
-¿Llevas mucho rato despierto acariciándome el pelo y siendo tierno? -Pregunto, muy ilusionada por la forma en la que se le sube el color a la cara según hablo.
-N-no, um... Tenemos un día muy largo por delante. Hale, arriba.
-Vaaale...
Decido no tentar a mi suerte y no chincharle demasiado. Lo primero del día es ponerle comida a Vero para que no me coma los pies, lo segundo es empezar a prepararme para el día... Mientras que, entre que me visto y me peino y me arreglo, me voy de todo lo que pasó ayer. Fue un día movidito... Y hoy tiene pinta de que va a serlo también.
Pienso en Leift, sobre todo. Aunque ayer terminamos el día... De forma un poco incómoda, hoy pienso asaltarle con todos los mimitos que ayer se quedaron sin darse, y todo el cariño que pueda ofrecerle. Después de todo lo que pasó ayer, hoy va a tener prohibido sentirse mal, hombre.
También pienso en Ewe y en Hiiro. Me pregunto si estarán... Bien. Algo me hace pensar que lo de que Ezarel haya querido pasar la noche conmigo quizá tenga algo que ver con el secuestro de Ewe también. Tiene que estar preocupadísimo por ella...
... aunque ahora mismo parezca más preocupado por la colección de maquillaje encima de mi cómoda.
-¿... ocurre algo? -Pregunto, al ver la mirada crítica que le está lanzando a las pocas cosas que tengo.
-Oh, no. Nada. Nada, de nada. Simplemente... -Coge mi pintalabios y me lo enseña como si fuera el arma de un crimen- ¿Qué se supone que es esto?
-¿Pintalabios?
-Gloss, para empezar, que no es lo mismo. Además en roll-on, ugh, ¿qué tienes, cinco años? Esto es simplemente aceite con purpurina, vamos, por el Oráculo... -Pe... pero huele bien...- ¡Y el resto! ¿Esto es lo que te pones en la cara todos los días? Si vas a usar este tipo de exfoliante, es más sencillo si directamente coges papel de lija y te lo pasas por la cara.
-Si lo que quieres es que le compre mis productos de belleza a tu familia, lo llevas claro -Protesto-. ¡Cuestan un pastizal!
-Si no te gastaras tanto dinero en ropa...
-Si ni ti guistisis tinti diniri blablablá, ¡ya vale! -Me acerco para ir a recuperar mi gloss, pero él levanta el brazo para dejarlo fuera de mi alcance- ¡Oye!
-No pienso dejar que te pongas esto encima. Uh-uh. Voy a quemarlo todo.
-¡Pues me lo pagas tú!
-Pues te lo pago yo, ya ves tú qué problema... -Se guarda el bote en un bolsillo de su pantalón, y luego continúa examinando con ojo crítico mi colección- Hm... No, no, no... A ver, ven aquí.
Quiero protestar y decirle que se deje de historias y que deje mis productos asequibles en paz, que para lo poco que me pongo no me voy a gastar tanto dinero (aunque, voy a reconocer, la crema hidratante que uso sí que es Rètiere porque cuando estuve en su casa la probé y fue una maravilla me deja la piel súper suave y me hace sentirme una elfa elegante); pero toda queja en mi cabeza queda interrumpida por un gritillo tonto cuando me agarra por la barbilla para hacerme levantar la cabeza y se pone a estudiar mi cara.
-Hm... Hablaremos de tus ojos en algún momento porque están pidiendo ayuda a gritos, necesitas aprender a usar maquillaje de verdad y no el kit de jugar a maquillarse...
-¡Oye!
-Pero tienes buena idea con el gloss, un mate no te sentaría también si no es un color más fuerte... A fin de cuentas, hm... Hmmm, hm, hm... Vale -Me suelta ya y empieza a irse hacia la puerta- Nos vemos en el desayuno, no te pongas nada de esto encima si quieres que vuelva a dirigirte la palabra de nuevo.
Una vez más, no me da tiempo a responderle, y escucho el sonido de la puerta cerrarse.
...
¡PERO BUENO! ¿¡Qué es esto!? Novio tóxico que me dice cómo tengo que maquillarme, ¡ugh! ¿¡Qué le pasa!? Con lo que a mí me gusta mi gloss con olor a fresa... ¡Que, por cierto, se lo ha llevado! ¡Me voy a chivar a Miiko!
Protesto para mí por la actitud de Ezarel y repito sus palabras con voz de pito mientras me hago mi trenza habitual frente al espejo... Y después hago caso a mi novio tóxico y me voy a la cantina a buscar algo de desayuno y a alguien al que poder quejarme de todo lo que ha pasado.
La cosa es, que nada más entro al comedor, me encuentro a Leiftan apoyado contra una pared y cruzado de brazos, en postura de chico malo, y... ¡Anda!
-¿Y esa ropa? -Se me ocurre decir, lo primero de todo, porque soy, como ya se sabe, tonta de remate- Es raro no verte de blanco...
-Um... -Evidentemente, le pilla por sorpresa que eso sea lo primero que le digo- Me, eh... ¿Me sentía mal vistiendo de blanco, por alguna razón? Como si no fuera... Adecuado. No sé, um... Eh... ¿B-buenos días?
-Buenos días, Leift -Procuro cambiar el tono un poco y ahorrarme los comentarios sobre su vestimenta (abdominales, ABDOMINALES, ABDOMINALES)-. Um... ¿qué tal noche has pasado?
-No he pegado ojo... -Lo admite con una sonrisa incómoda- Muchas cosas en las que pensar, supongo. He estado tres veces a punto de bajar a la prisión a intentar hablar con Alessa, pero a cada vez que lo hacía Simonn me decía “¿Estás seguro?”, así muy serio... Y yo me daba la vuelta -Vaya...
-Tendrás oportunidad para aclarar las cosas con él, seguro -Me acerco un poco más para, de forma tentativa, intentar cogerle de la mano. Él acepta el gesto y, bueno, nos ponemos a hacer manitas-. Ayer el ambiente estaba aún un poco... caldeado.
-¿Lo dices porque se transformó en una bola de fuego?
-Eeeeeeeh... No sólo por eso -Tuerzo un poco la boca-. Quería decir...
-Lo sé. Um... -Por un momento, sus palabras vacilan y mira a un lado, pero luego consigue sostenerme la mirada- Lo siento si ayer... Bueno, lo siento. Ayer fue todo muy raro, y sé que anoche no terminamos de la mejor manera, y-
-Leift -Ahora coge su mano entre las dos mías-. No te disculpes por eso. Si necesitabas estar a solas, no pasa nada. Es verdad que yo... Tenía ganas de hablar contigo, sí, pero la prioridad ahora mismo eres tú. Yo, quiero...
Recuerdo el discursito que me soltó Ezarel anoche. Hacer que se sienta querido... Bueno... Sólo tengo que actuar como lo hago normalmente entonces, ¿no?
-Quiero que seas feliz, Leift -Continuo, sacando mi mejor sonrisa-. Ayer fue un día terrible para todo el mundo, sobre todo para ti. No quiero que lo pases mal, así que aquí me tienes para lo que necesites. Por supuesto que tengo curiosidad, por supuesto que quiero saber cada cosa sobre ti... Pero no voy a forzarte a contarme nada que te haga sentirte mal, Leift. Y que sepas que... te quiero a ti. Por todo lo que hemos pasado juntos, por todo lo que has hecho por mí desde el primer día, porque eres la persona más tierna que conozco, por miiiiiil millones de cosas más, y que nada va a cambiar eso, ¿vale?
No responde por unos segundos. Simplemente se me queda mirando, y yo me pierdo en sus ojos porque en ellos veo tanto... Tanto amor, tanto cariño. Sólo con esa mirada, se me acelera el pulso y noto un mariposeo en mi estómago, electricidad en todo mi cuerpo.
Este es mi Leift.
Daemon o no, a mí me da igual. Yo le quiero. Nos ha costado mucho llegar hasta este punto, donde los dos podemos disfrutar de esta relación y ser felices...
-No más secretos -Le digo lo mismo que le dije ayer a Ez-. Conmigo no tienes nada que esconder, Leift. Te quiero.
Por un segundo, casi pienso que se va a echar a llorar. Que el amor que hay en sus ojos va a escaparse en lágrimas tan dulces como el almíbar.
En su lugar, y aunque por un instante se le escapa un sollozo, lo que tengo es que me agarra por el rostro a dos manos y me atrae hacia él para darme el mejor beso que he recibido en mi vida.
Besar a Leift no es nuevo. Pero este beso, de alguna manera, se siente distinto. Leiftan parece más cercano a mí que nunca, siento su cuerpo y la calidez que este emana de una manera especialmente intensa. Y el beso, en el equilibrio perfecto entre lo tierno y lo pasional, es profundo y a la vez saciante. Por un momento, aquí, con él, todo está bien, estamos a salvo, estamos seguros. Y estamos juntos, que es lo más importante.
-Te quiero muchísimo... -Esas palabras pronuncia, una vez me deja ir, cuando quedamos frente con frente. Yo me río un poco, como una adolescente tontuna descubriendo el primer amor.
-Y yo a ti, Leift.
Juraría que va a ir a besarme de nuevo, pero un carraspeo bastante poco discreto llama nuestra atención. Al girarme, veo a Ezarel, ya del todo vestido y arreglado y cruzado de brazos con una ceja alzada.
-¿Tanto besuqueo ya de buena mañana? -Dice, pero no con queja sino con burla- Si tenéis hambre Karuto está ahí a dos metros, no hace falta que os comáis el uno al otro...
-Ezarel... -Leift pronuncia su nombre como si, por cualquier razón, no se esperase que fuera a aparecer, como si el elfo no viviera aquí también.
-Leiftan -Y él devuelve el nombre con cortesía. Hablando de devolver...
-¡Devuélveme mi pintalabios! -Protesto, separándome un poco de Leiftan mientras le pongo al elfo mala cara.
-No, se lo he dado a Taenmil para que lo tire al mar -Capaz es...-. Atenta.
De un bolsillo saca, lo que parece ser... Otra barra de labios, pero esta seguro que Rètiere. Mira que es pesado. Pongo los ojos en blanco, viéndome venir el paripé.
-Ni siquiera es el mismo tono -Me quejo, al ver el color cuando lo destapa.
-No, pero este te va a quedar mejor -Ya...-. Combina perfectamente con tu tono de piel, tu pelo y tus ojos, es duradero para todas tus aventuras, resistente al agua para la próxima vez que vayas a ahogarte en alguna playa remota; y, sí, es gloss -Alzo una ceja, poco impresionada, mientras él hace un espectáculo de ponerse él mismo el pintalabios. Mira, al menos el aplicador es con almohadilla, que no es de barra... No me gustan las barras porque siempre se derriten o se rompen. Y, vale, el color es bonito. Un tono brillante y luminoso entre el rojo y el rosa...-. ¿Y lo mejor de todo?
>>Sabe a fresa.
Al instante después, me agarra por los hombre y casi que me arrastra fuera del alcance de Leiftan para- Oh, sí que sabe a fre-¿¡SAAAAAAHHHHH!?
Me quedo completamente de piedra cuando Ezarel, por iniciativa propia, en mitad de la cantina con vete a saber cuánta gente aquí dentro, me planta un beso que no tiene absolutamente nada que envidiarle al que acabo de compartir con Leiftan, robándome la respiración por completo y haciendo que las mariposas que ya tenía de antes de repente estallen en un montón de fuegos artificiales.
Para cuando me suelta, yo no sé si estoy a punto de caerme al suelo o salir volando.
Le miro sin decir nada, simplemente boquiabierta, porque es que no se me ocurre nada que decir.
Y por cómo me devuelve la mirada, con la cabeza alta y una sonrisita cubierta de gloss rojizo, juraría que él está bastante satisfecho por haberme dejado sin palabras.
AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA SOY LA CHICA MÁS FELIZ DEL MUNDO QUÉ ESTÁ PASANDO NO LO SÉ PERO EZAREL EZAREL EZAREL ACABA DE BESARME, ¡¡¡EZAREL ACABA DE BESARME!!! EZAREL EZAREL EZAREL EZAREL, ¡¡EZARELLLLLLLL!!
DIOS. MÍO.
JESUCRISTOBENDITODEDIOS.
AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA.
-ª
Ese es el único sonido que escapa de mi boca. Al instante siguiente, siento como todo el calor se me sube a las mejillas y me noto a punto de explotar, y quiero gritar pero sé que Karuto me va a echar de la cantina si lo hago así que simplemente sigo mirándole como una completa idiota.
-¿Qué, te gusta? -Pregunta- Todo tuyo, si lo quieres.
-¿P-puedo tener una muestra yo también? -Cuando miro a Leiftan por el rabillo del ojo, le veo en un estado catatónico bastante similar al mío, y el hecho de que parezca tan emocionado por esto me hace TODAVÍA MÁS FELIZ.
-Nope -Cuando Leiftan gimotea en respuesta a eso, Ezarel pone los ojos en blanco y se acerca a él casi que parece que a regañadientes para plantarle un beso en la mejilla. Eso a mí me hace soltar un gritito y sentir emociones nuevas-. Hale, ahí tienes. No esperes más si no hay tarta de miel de por medio. Y tú -Se vuelve hacia mí y me tiende el pintalabios-. No esperes nada por mi parte si vas usando pintalabios barato. Usa ese si quieres que te bese, ¿entendido?
-Y- ah, hhh, kk- aaaaaa- -Estoy demasiado cortocircuitada como para poder dar respuesta, así que simplemente acepto el objeto y lo examino atentamente, leyendo el código de la etiqueta-. #1004, “Limonada de fresa”... Ah, ¡me encanta la limonada de fresa!
-A-a mí también, es mi bebida... -Leiftan mira a Ezarel muy fijamente- favorita... Ezarel, ¿has...? ¿Has creado y comercializado un tono de pintalabios pensando expresamente en Erika?
-¿Qué? -Eso hace que ahora Ezarel sea el sorprendido- N-no, quizá, tal vez, puede, no sé, ¿¡qué más da!?
-¿Cuánto tiempo llevas pensando en besar a Erika?
-¡C-cállate!
Ahora es el turno de Ez de ponerse completamente rojo, un color mucho más intenso que el del pintalabios. A mí se me va a salir el corazón del pecho, pero eso no importa, vamos, si me muero ahora, muero feliz.
-Llevo... -Habla haciendo un sonido que casi parece un gruñido- L-llevo desde Feng Huang trabajando en ello, yo... E-estaba buscando el momento perfecto, p-pero no llegaba y, quién sabe si va a llegar o no y de todas formas soy un perfeccionista así que mi percepción de “perfecto” no encaja con la de mucha otra gente, y, eh, a-aaaah...
-No, pero eso no responde a mi pregunta -Leiftan niega con la cabeza-. La pregunta es que cuánto tiempo llevas queriendo besarla.
Olvídalo, va a ser Ezarel el que se muera antes a este paso, no puede ser bueno lo que sea que Leift está haciendo con su presión sanguínea porque ese nivel de rojo no puede ser normal...
-N---... nngh.... N... -Se ha roto, el elfo se ha roto definitivamente...- ¡C-cállate! N-no tengo por qué soportaros, me voy a des- -Cuando intenta dar un paso, se tropieza con sus propios pies y está a punto de caerse al suelo... Debe haberse quedado sin gracia élfica- ¡A DESAYUNAR! L-lejos de vosotros, con...
Seguimos la línea de su mirada hacia la mesa de los Líderes de Guardia, donde Nevra y Valkyon le están esperando mirando en nuestra dirección. La sonrisa que tiene Nevra en la cara es siniestra, y también lo es cuando Valkyon aparta una silla y da unos toquecitos en su asiento, invitando a Ezarel a sentarse.
-S-sabes qué, cr-creo que hoy me voy a saltar el d-desayuno...
Y con eso dicho se da media vuelta y sale huyendo de la cantina a una velocidad que no es del todo “corriendo”, pero que desde luego no tiene ninguna calma en su paso. No pasan ni tres segundos hasta que no se ven a Nevra y Valkyon saliendo detrás de él con la misma prisa o quizá incluso más, y dos segundos después escucho varios tipos de gritos.
Me quedo bastante pasmada con eso, la verdad.
Y entonces escucho la risa de Leiftan.
Cuando le miro, le veo doblado de la risa, con los brazos cruzados sobre sus abdominales según su abdomen de hincha con cada carcajada, y las mejillas tan sonrojadas como las mías mitad por la vergüenza, mitad por algo más.
Eso me hace sonreír. Creo que no le había visto reírse así nunca.
Y hasta aquí~
El plan en un principio era soltar toda la historia de El Titiritero de una, pero al final decidí que iba a ser mejor volver con algo un poco más bonito para empezar así que aquí tenemos a nuestra trieja favorita pasándolo bien porque al elfo repelente al fin le ha dado por cultivar más de una neurona.
Eso es todo. Por ahora.
Me alegro de estar de vuelta, y espero poder publicar a un ritmo medianamente consistente a partir de ahora. Mi salud mental va lo primero así que me lo voy a tomar todo con muuuucha calmita, pero aún así he disfrutado escribiendo y se vienen cosas chulis así que espero poder tener la motivación para sacarlo adelante huehue
¿Cuándo volveremos a vernos?
Honestamente, ni idea. Voy a dar un plazo máximo de un mes. Quizá sea menos. Quizá sea algo más. Pero intentaré que, en un mes, volvamos a vernos. Ahora estoy con el subidón de motivación así que no debería ser muy difícil (??
Yyyyyy. aquí me voy a despedir por hoy. De nuevo, qué bien estar de vuelta. A ver si sigo así (? Muchos besitos para todo el mundo que haya leído, espero que mi retorno haya sido bueno y que la espera haya valido la pena. Intentaré no hacer esperar tanto de aquí en adelante.
Muchas, muchísimas gracias por leer.